La presidenta del PP de Extremadura, María Guardiola y el portavoz de Vox en la Asamblea de Extremadura, Ángel Pelayo Gordillo, durante la firma del acuerdo entre PP y Vox

La presidenta del PP de Extremadura, María Guardiola y el portavoz de Vox en la Asamblea de Extremadura, Ángel Pelayo Gordillo, durante la firma del acuerdo entre PP y Vox Jorge Armestar - Europa Press

Examen a los protagonistas

María Guardiola

1 julio, 2023 23:30

Todo sea por el bien de Extremadura

En el PP (y en cualquier otro partido, justo es reconocerlo) hay que ser muy cuidadoso con lo que dices y saber diferenciar públicamente lo que piensas de lo que te conviene. Véase el caso de la presidenta del PP extremeño y aspirante a mandamás de la comunidad, María Guardiola Martín (Cáceres, 1978) quien, hace unos días, dijo que no veía a Vox en su gobierno por radical y carpetovetónico (o algo parecido) y, poco después, tuvo que desdecirse y ponerse a pensar en qué consejerías reservaba para los de Abascal. Lo suyo fue un gesto gallardo que la identificaba como representante del ala más progresista (o menos reaccionaria) de su partido, pero acabó siendo una bravuconada sin ningún futuro. Debieron de llamarla al orden desde las alturas y decirle que, si para presidir la Junta de Extremadura había que contar con los de Vox, pues qué remedio, adelante con los faroles. Como el partido carece de una línea bien trazada sobre sus relaciones (o ausencia de ellas) con la extrema derecha y cada uno dice lo que le pasa por la cabeza y le pide el cuerpo, pasa lo que pasa. Tú te haces la progre y la empoderada y luego te cae un capón, te estás callada unos días y, finalmente, sales a decir que, de lo dicho, nada, aunque sea recurriendo, como ha sido el caso, a unas excusas que daban un poco de vergüencita, la verdad.

La pobre María Guardiola se ha inventado lo de que su opinión personal no puede interponerse en el mejor futuro para Extremadura, como si la presencia de Vox en el Gobierno autónomo implicara algún progreso para los sufridos habitantes de la comunidad. Y la oposición socialista, claro está, se ha puesto las botas, acusándola de pasar de las líneas rojas a las alfombras rojas en un decir Jesús (o Feijóo). La cosa, ciertamente, recuerda la célebre cita de Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. El subtexto está claro: “Si de mí dependiera, no iba con esos hotentotes de Vox ni a la esquina, pero si quiero llegar a presidenta, me va a tocar aguantarlos y, encima, hacer como que no me caen del todo mal”. Sí, de acuerdo, es comprensible: la señora Guardiola está a punto de pillar cacho y no va a perder la oportunidad de lograrlo por uno o dos consejeros de Vox. Pero, precisamente por eso, más le habría valido medir mejor sus palabras cuando se pasó de sincera (algo que un político no debe hacer nunca si sabe lo que le conviene), haberse mostrado más ambigua, consultar el temita con la autoridad competente (o incompetente, da igual) antes de largar sin tasa y tratar de encontrar un término medio verosímil entre lo que piensa y lo que tiene que hacer. Lo único que ha conseguido con su actitud es, supongo, llevarse un chorreo de la cúpula de su partido y enemistarse con los de Vox, que tengo la impresión de que son rencorosos.

En fin, todo sea por el bien de Extremadura, ¿verdad? El bien del partido y el propio, como todo el mundo sabe, son secundarios.