El 3 de noviembre de 1992 se celebraron elecciones presidenciales en EEUU. Un año antes, tres candidatos tenían posibilidades de vencer: el republicano y presidente saliente, George H.W. Bush; el demócrata, Bill Clinton y el independiente, Ross Perot. No obstante, el primero era claro favorito, por disponer del control de la Administración y acumular numerosos éxitos en política internacional, tales como la rápida resolución de la guerra del Golfo y la desaparición de los regímenes comunistas de Europa del Este.

A pesar de ello, el ganador por una holgada mayoría fue Bill Clinton. En una sustancial medida, los analistas políticos atribuyeron el cambio de preferencias de los norteamericanos a un eslogan: “La economía, estúpido”. Un mensaje breve, impactante y contundente, destinado inicialmente al uso interno de los componentes de la candidatura demócrata que rápidamente se trasladó al gran público.

Para los asesores de Bill Clinton, el principal punto débil del presidente saliente era la deficiente coyuntura económica. A través del anterior eslogan, el candidato demócrata le decía al republicano que la economía le haría perder las elecciones, pues en octubre de 1992 el país tenía una elevada tasa de paro (7,6%). Un nivel no observado desde abril de 1984.

En España, Pedro Sánchez se ha quedado muy sorprendido del resultado de las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo. En dicha fecha, en los segundos comicios, el PP obtuvo el 31,5% de los sufragios y el PSOE, el 28,1%, superando la primera formación a la última en 763.075 votos.

Para el presidente del Gobierno, los malos resultados son fruto de la escasa apreciación por parte de los ciudadanos de los grandes logros económicos del Ejecutivo. Por eso, en la campaña de las elecciones generales, la publicidad realizada por el PSOE pondrá más énfasis en ellos y tendrá un papel más destacado Nadia Calviño, la vicepresidente primera y responsable del área.

Desde mi perspectiva, el actual Ejecutivo ha realizado una buena gestión económica. Algunos de sus principales éxitos son una gran creación de empleo, una mayor calidad de la ocupación, el elevado incremento del salario mínimo, la instauración de un tope al precio del gas, el mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones, la reforma de los ERTE por fuerza mayor para facilitar su aplicación y aumentar el grado de protección de los trabajadores y la prohibición del despido objetivo durante la pandemia.

No obstante, la anterior opinión no la comparten la mayoría de los españoles. En el barómetro de abril del CIS, el 64% de los encuestados valora la situación económica del país como mala o muy mala. En cambio, de forma paradójica, el 65,1% califica la suya como buena o muy buena. Una contradicción cuya explicación está en la escasa capacidad comunicativa del Ejecutivo.

Los tres integrantes del área, Nadia Calviño, José Luis Escrivá y María José Montero,  tienen una gran dificultad para explicar con palabras sencillas las medidas adoptadas y sus repercusiones sobre las finanzas familiares. Los dos primeros porque hablan únicamente para los economistas, la tercera porque su profesión es médico y no posee ninguna formación económica.

Debido a ello, creo que Pedro Sánchez comete un importante error si confía a Nadia Calviño la comunicación de los éxitos económicos del Ejecutivo. En los tres años y medio de legislatura, los datos del CIS demuestran que ha fracasado en el intento. Por tanto, no existe ninguna razón objetiva para pensar que lo hará bien durante el próximo mes.

En el momento de decidir su voto, también se equivoca el presidente del Gobierno si cree que los ciudadanos valorarán por encima de cualquier circunstancia su situación económica. Dicho tema es decisivo cuando la coyuntura es desfavorable, pero no si esta es buena o aceptable.

A George H.W Bush, le echo de la Casa Blanca una elevada tasa de desempleo. En cambio, a Lyndon B. Johnson la guerra de Vietnam. El segundo es el creador del programa de la Gran Sociedad, cuyo éxito fue considerable. Aunque no erradicó la pobreza, tal como pretendía, la redujo sustancialmente.

No obstante, los ciudadanos valoraron en mayor medida la mayor implicación de EEUU en dicho conflicto bélico que el magnífico resultado de la anterior política económica. Un bajo índice de popularidad llevó a Johnson a ni tan solo intentar su nominación como candidato del Partido Demócrata. Un hecho insólito, pues después de su primer mandato ningún presidente posterior ha realizado tal renuncia.

La excepción a la anterior regla aparece cuando la economía funciona a las mil maravillas, aunque sólo sea aparentemente. Un gran ejemplo lo constituyen las elecciones generales españolas de marzo de 2008. El país estaba a punto de entrar en una gran crisis, sin embargo, los ciudadanos votarán más pensando en el pasado que en el futuro.

En otras palabras, apoyaron a Zapatero por lo bien que habían vivido en los últimos cuatro años sin presentir lo mal que les iría con él durante la siguiente legislatura. Casi nadie creyó a Pizarro, cuando en un debate electoral con Solbes, auguró con escasa convicción la llegada de una profunda recesión. Alguien en el PP le debería haber avisado que las malas perspectivas económicas no dan votos, sino los quitan, incluso si quien realiza la advertencia tiene razón.

A pesar de lo indicado anteriormente, el principal problema del PSOE para ganar las próximas elecciones no está en la comunicación de los éxitos económicos del Gobierno, sino en la figura de su secretario general. En las últimas encuestas, Pedro Sánchez no proporciona sufragios a su partido, pero sí los resta. Una situación contraria a la observada en las dos elecciones de 2019.

Desde mi perspectiva, los principales motivos son una exigua credibilidad, una escasa popularidad y la debilidad mostrada ante determinadas peticiones de Unidas Podemos y sus socios parlamentarios. Una parte de la población ya no se cree nada de lo que diga o prometa, pues en distintos temas de gran importancia ha efectuado lo contrario de propuesto.

Así,  por ejemplo, prometió no pactar con EH Bildu y lo ha hecho múltiples veces. Dijo que los políticos independentistas presos cumplirían íntegramente las penas. No obstante, los indultó, eliminó el delito de sedición y rebajó el de malversación. Descartó pactar con Unidas Podemos después de las primeras elecciones de 2019 porque, si lo hacía, “no podría dormir por las noches”. Después de las segundas, acordó un Gobierno conjunto.

La mayoría de los electores no se leen los programas electorales y votan a una u otra formación por la ideología que defienden, su capacidad de generar ilusión y el carisma y la simpatía de su líder. Una trilogía en la que estuvo basado el gran éxito del PSOE en 1982, pues obtuvo 202 diputados, la mayor cifra desde el retorno de la democracia a nuestro país.

La elección del anterior partido representaba el adiós al franquismo, el inicio de un profundo cambio social, la llegada al poder de un político (Felipe González) con un gran magnetismo y la sustitución de un gobernante triste (Leopoldo Calvo Sotelo) por otro mucho más jovial.

Las numerosas contradicciones del presidente de Gobierno, las características de sus intervenciones públicas, su escasa capacidad de improvisación y la larga y dura campaña contra él realizada por determinados medios de comunicación han hecho que Pedro Sánchez caiga mal a numerosos españoles. Para cambiar dicha percepción, ni él ni sus asesores ni nadie de su partido ha hecho nada relevante en los dos últimos años.

Una situación imposible de arreglar en un mes, aunque durante él su imagen mejore debido a una magnífica campaña de publicidad. Según mi opinión, la antipatía respecto al actual presidente de Gobierno es superior a la que existía contra Zapatero al final de su último mandato, a pesar de que el primero ha tenido numerosos éxitos económicos y el segundo incurrió en grandísimos errores. La economía echó al leonés, pero no será la causa de la pérdida de las elecciones del madrileño, si los resultados de las encuestas se confirman.

Pedro Sánchez ha sido excesivamente condescendiente con Unidas Podemos. Para alargar la legislatura lo máximo posible, ha descartado cesar a cualquier ministro de la anterior coalición y aceptado leyes que han perjudicado notoriamente al PSOE. Entre ellas, destacan la conocida como la de solo sí es sí y la de vivienda.

En definitiva, las próximas elecciones no las decidirán los temas económicos. Si así fuera, las perspectivas de victoria del PSOE serían bastante mejores de las que les otorgan las encuestas, a pesar de la deficiente comunicación de los logros obtenidos. La economía suele decidir el vencedor cuando va muy mal, pero tiene mucha menos influencia cuando va bien.

Para tener éxito en los siguientes comicios, el principal problema del partido socialista es su líder. No le proporciona votos extra, sino que le resta sufragios. Por dicho motivo, creo que el PSOE no puede ganar las elecciones, pero sí perderlas el PP, el partido favorito en casi todas las encuestas.

Lo puede hacer si Feijóo queda muy expuesto en la campaña electoral, pues tampoco es un líder que despierte grandes pasiones. No lo hace entre una buena parte de los votantes habituales de su partido ni tampoco entre los indecisos. En política, casi nada es imposible y menos aún en unos comicios celebrados por primera vez en julio.