Nicolas Sarkozy
El liante húngaro
Como todos los bajitos, Nicolas Sarkozy (París, 1955), siempre ha mostrado cierta tendencia a ejercer de eso que los anglosajones definen como overachiever, o alguien empeñado en apretar más de lo que abarca, recurriendo frecuentemente a la sobreactuación (un caso concreto: lo planta la parienta y, tras suplicarle inútilmente que no lo haga, la sustituye por Carla Bruni, tan bella como mujer como cursi en sus caprichos de cantante). Sarkozy fue el presidente de la república francesa entre 2007 y 2012, y lo que más recuerdo de sus años de mandamás, llámenme frívolo, es que siempre estaba a la greña con Dominique de Villepin en lo que parecía una clara muestra de rencor de clase por parte del descendiente de unos emigrantes húngaros hacia un sujeto aristocrático de casi dos metros de altura que se podía permitir, literalmente, mirarlo por encima del hombro, por muchas alzas que se pusiera en los zapatos el pequeño Nicolas.
Aunque hace años que Sarkozy no pinta gran cosa en la política de su país, la justicia le sigue buscando las cosquillas por ciertas trapisondas de hace unos años, concretamente, del 2014, cuando ya no era el presidente de la república, pero iba, como el padre de Peret según la rumba El mig amic, “enredando por aquí, enredando por allá”. En aquel año, el pequeño Nicolas intentó montar un chanchullo con el fiscal Gilbert Azibert consistente en un intercambio de favores: si Azibert le proporcionaba información sobre otro caso que le afectaba, Sarkozy impulsaría su candidatura para el Consejo de Estado de Mónaco (ni el uno obtuvo lo que quería del otro –ni información para Sarkozy ni cargazo en Mónaco para Azibert-, pero, eso sí, les acaba de caer a ambos la misma condena por sus corruptelas: tres añitos que, por lo menos en el caso del expresidente, no habrá que cumplir, limitándose a tirarse un año con un brazalete de esos que sirven para que la policía te pueda tener siempre localizado.
Además de este chanchullo, Sarkozy está metido en otro por el que la Fiscalía Nacional Financiera quiere llevarle a juicio, el de la financiación supuestamente chunga de su campaña electoral del año 2007, atribuida al asesinado sátrapa libio Gadafi. Nuestro hombre está también pendiente de un juicio en proceso de apelación a la condena de un año que le cayó en septiembre de 2021 por financiación ilegal de la campaña del 2012. Como podemos ver, un historial (presuntamente) delictivo que no debería figurar en el currículo de nadie que haya llegado a presidir una nación.
Dudo que el pequeño Nicolas acabe en el trullo, pero sí puede terminar en un lugar social que tal vez sea peor para alguien como él: la irrelevancia, que es el peor destino del overachiever.