Rafael del Pino
La relación del ámbito empresarial con el Gobierno ha sufrido un claro y progresivo deterioro en los últimos años, tras una aparente luna de miel inicial. Pocos dudan de que el clima actual está lejos de ser idílico y que la actitud del Ejecutivo, especialmente de algunos de sus miembros e incluso del presidente (que llegó a hablar de “conspiraciones de señores con puro”), son reprobables. Sin embargo, reaccionar con una medida tan delicada como la tomada por la familia Del Pino trasladar fuera del país la sede de una de las mayores corporaciones españolas no es, desde luego, la respuesta más adecuada. Son múltiples las razones pero cabría mencionar la de la imagen que se irradia al exterior, que perjudica al resto, es decir, a las que se quedan; y también, la sensación de deslealtad con un Estado que ha sido clave para que hoy Ferrovial sea un referente en todo el planeta. Los gobiernos van y vienen pero los países y los ciudadanos permanecen. Y no son los encargados de sufrir las consecuencias de una hipotética política errática.