Un señor de Barcelona
Nos ha dejado Jorge de Cominges (Barcelona, 1945 – 2023), periodista, escritor y, sobre todo, cinéfilo, como demostró durante los muchos años que ejerció de subdirector en el Fotogramas de Elisenda Nadal (que no tiene mucho que ver con el actual, lamentablemente). Procedente de la alta burguesía, no fue muy halagador hacia su casta en las interesantes novelas que publicó, como Un clavel entre los dientes (1989), Tul ilusión (1993) o Las adelfas (1997). El llamado a ser un muchacho de la pérgola y el tenis, como diría Jaime Gil de Biedma, se convirtió en un adulto cultivado y un humanista que abordó diferentes disciplinas con el mismo acierto y rigor. Fue mi director en la revista Qué leer cuando yo colaboraba en ella y siempre mantuvimos un trato extremadamente cordial, tanto dentro como fuera de la redacción. Y lo mismo puedo decir de su mujer, Margarita Rivière, fallecida en 2015 y que me mostró una gran simpatía cuando yo me iniciaba en este oficio del periodismo.
Jorge estuvo yendo al cine hasta el final. La última vez que nos cruzamos fue en el Renoir viendo la nueva (y decepcionante) película de David Cronenberg, Crimes of the future. Ya había oído decir que no andaba muy fino, pero comprobarlo no contribuyó precisamente a alegrarme la tarde. Semidestruido por el cáncer y apoyado en un bastón, el pobre era ya la sombra del hombre que había sido. Educadísimo como siempre, me saludó con amabilidad y me informó que sus días estaban contados, cosa que hizo con elegancia y una gran entereza, aunque a mí se me quedara cara de imbécil al enterarme, ya que, ¿qué le puedes decir a alguien que está en las últimas sin quedar como un insensible, un frívolo o un majadero? Lo único que se me ocurrió es que hay que ser un moribundo de mucho fuste para inclinarte por un largometraje de Cronenberg a la hora de elegir las últimas películas que verás en esta vida.
Llamado a convertirse en abogado o cualquier otra profesión respetable, Jorge prefirió dedicarse a la escritura, al igual que Margarita Rivière. Tengo la impresión de que fue eso lo que los unió: el desprecio, siempre educado y sin alharacas, a lo que sus pudientes familias esperaban de ellos. Pero les fue bien. Fueron felices juntos y tuvieron dos hijos. Y, sobre todo, lograron una de las cosas más difíciles de esta vida: ganársela haciendo lo que les gustaba. A mí me encantaba cruzármelos, juntos o por separado, pues sabía que siempre me esperaban unos minutos de estimulante charla sobre los temas más variados. Y ambos andaban sobrados de sentido del humor, aunque Margarita era más de carcajada y Jorge más de sonrisa.
Esa Barcelona que fabricaba ciudadanos cabales y cosmopolitas se las ve y se las desea para seguirlos fabricando desde que el nacionalismo intentó controlarlo todo. Jorge era uno de esos ciudadanos y no andamos muy sobrados de recambios generacionales. Siempre le recordaré en el Renoir, manteniendo la dignidad mientras me contaba que le quedaba muy poco tiempo de vida, como si la muerte fuese una contrariedad más de las muchas que llevaba experimentando desde que dijo adiós a la pérgola y al tenis. Era un gran muchacho y pienso que ya no los fabrican así. Espero equivocarme.