Clara Ponsatí
Todos al trullo menos yo
La aspirante a presidiaria Clara Ponsatí (Barcelona, 1957: aprovecho la ocasión para felicitarla por tener tan solo un año menos que yo y parecer mi abuela) nos tiene acostumbrados desde hace tiempo a declaraciones incendiarias y exabruptos antiespañoles de todo tipo, pero hay que reconocerle que hace muchos esfuerzos para superarse en su insania soberanista. Ahora acaba de elaborar una nueva táctica para hacer frente a la represión española que consiste en incitar a la juventud a tomarse la independencia en serio, actuar en consecuencia y acabar en el talego si no hay más remedio, que Cataluña bien merece el sacrificio personal.
A ella, lo de pasar una temporada a la sombra nunca le ha parecido una manera razonable de defender los intereses de la Cataluña catalana: por eso se dio el piro en su momento y ha acabado en Flandes con su amigo Carles Puigdemont, el chaquetero indomable Comín y un rapero mallorquín con aspecto de comer como una lima. Desde la tranquilidad de la que disfruta, de momento, en Bélgica, la señora Ponsatí tiene el cuajo de decirles a los jóvenes independentistas que no se han movido del terruño que a ver si se ponen las pilas, espabilan un poco y hacen cosas que los puedan enviar al trullo. La expresión “Haz lo que digo, no lo que hago” se ajusta perfectamente a su peculiar actitud. Ella sale pitando, pero los que se han quedado, sobre todo si están en la flor de la edad, tienen que jugarse el tipo por la patria y aceptar con entusiasmo la posibilidad de acabar entre rejas.
Detecto en este delirio de la dulce abuelita que no se para mucho a pensar en lo que dice y que, sobre todo, no se lo comenta a su jefe antes de ponerse a largar. Todos sabemos que Puchi no es ninguna lumbrera, pero hasta él le desaconsejaría decir cosas que se pueden volver en su contra de inmediato. Y es que alguien que ha huido de su país para eludir las consecuencias penales de sus actividades ilícitas no es la persona más adecuada para aconsejar a la juventud en la lucha contra el estado opresor. Si lo que ha dicho Ponsatí lo hubiese soltado, por ejemplo, el inefable Fredi Bentanachs, que se chupó unos cuantos años de cárcel por su pertenencia a una banda terrorista (Terra Lliure, la única que se ha disuelto por su propio bien, dada la costumbre de sus miembros de estallar con la bomba que pensaban endilgarle a otros), la cosa tendría un pase. Pero que una señora dada a la fuga para esquivar el presidio tenga el descaro de aconsejar a los demás que hagan algo que ella nunca se planteó hacer resulta de una desfachatez impresionante y permite albergar ciertas dudas sobre su equilibrio mental.
Igual la buena mujer considera que hay unas edades más adecuadas que otras para acabar en el talego. Es como si se considerara una especie de jubilada del mundo penal: de la misma manera que hay una edad mínima para ser enjaulado, debería haber una edad máxima para ingresar en prisión. O sea, que a ella ya le gustaría ir a la cárcel por Cataluña, pero una ley no escrita se lo impide por cuestiones de edad. Solución: que los que pueden, los jóvenes, ocupen su lugar en los calabozos españoles. Ya sabemos que abundan en el lazismo los bocazas que, con cierta razón, argumentan que no se consigue la independencia a base de sonrisas y de no tirar ni un papel al suelo y consideran que hay que aumentar el volumen y el tono de las protestas, pero la señora Ponsatí es la primera de esos bocazas que no se limita a pedir derramamiento de sangre ajena, sino que urge a los jóvenes a jugársela por la patria y acabar entrando en prisión con la cabeza bien alta.
Esta mujer o no está bien de la azotea o tiene una jeta que se la pisa o una mezcla de ambas cosas. No sé a qué espera el calzonazos de Puchi para obligarla a hacer voto de silencio.