La dama del referéndum
Al igual que los políticos catalanes del prusés, la primera ministra (o ministra principal, que así se llama oficialmente el cargo) de Escocia, Nicola Sturgeon (Irvine, 1970), parece ligeramente monotemática, pues siempre aparece en los medios de comunicación españoles por sus constantes peticiones de un nuevo referéndum de independencia para su terruño. Como mandamás del SNP (Scottish National Party), supongo que ofrecerá a sus compatriotas algo más que promesas soberanistas, dado que ha sido votada por una numerosa cantidad de ellos, pero por aquí siempre la vemos dando la chapa con lo del referéndum y hay quien acaba considerándola (yo mismo, sin ir más lejos) como una señora bajita, con cierta cara de duende, vestida en el equivalente escocés de La Tienda de Lolín y un poco pesada (su acento cantarín tampoco la ayuda mucho a que se le preste atención). Nicola perdió un referéndum, pero está convencida de que ganaría el segundo. Lamentablemente, el Parlamento británico le acaba de aconsejar que se abstenga de ponerlo en marcha por el momento, lo cual tiene unas consecuencias lenitivas para los españoles, que por fin van a dejar de escuchar las quejas de los lazis sobre la enorme diferencia entre el poder político británico y el nuestro con las que se han llenado la boca desde que el Reino Unido autorizó el referéndum escocés anterior y el gobierno de España molió a palos a los que participaron en la consulta ilegal promovida por el inefable Puigdemont y su cuadrilla. Creo que ahora ya estamos empatados en prohibiciones y algo me dice que Inglaterra va a dejar de ser puesta como ejemplo de democracia y tolerancia por los que trataron de imponernos por las bravas una independencia con la que no comulgaba más de la mitad de la población catalana.
Si algo hay que reconocerle a la señora Sturgeon es que las circunstancias han cambiado entre Escocia e Inglaterra desde el primer referéndum, cuando los independentistas más radicales se ciscaron en el pobre David Bowie por solicitar en público que se mantuviera la unión por motivos históricos, sentimentales y, sobre todo, prácticos. Actualmente, el elemento práctico ha desaparecido por culpa del Brexit, delirio victoriano contra el que los escoceses se manifestaron mayoritariamente cuando al sin sustancia de David Cameron se le ocurrió la brillante idea de montar una consulta popular sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, cuyos resultados, tirando a catastróficos, está pagando actualmente todo el pueblo británico en general y el partido conservador en particular.
Lo peor que se puede hacer con un pelmazo caprichoso es darle motivos para que se empecine en su actitud. Y eso es lo que hizo Cameron con su absurdo referéndum, obligando ahora a sus sucesores políticos a sostenella y no enmendalla, aunque cada vez sean más los que se han dado cuenta de que se metió la pata hasta el corvejón con el maldito referéndum. La grotesca actitud británica -¡el continente ha quedado aislado!- hace un poco más comprensible la obsesión de Sturgeon por partir peras. La buena señora, eso sí, tiene muy presente cómo acabó lo de Puchi y no piensa incurrir en un error semejante, por lo que seguirá empeñada en su labor de zapa hasta que se le permita organizar su segundo referéndum. Si se prescinde de cuestiones históricas y sentimentales, como parece ser el caso del SNP, ¿qué interés tiene formar parte de un país que se acaba de pegar un tiro en el pie al abandonar una Unión Europea en la que los escoceses parecían encontrarse tan a gusto?