No bebas, no bailes
Al parecer, cualquier mujer finlandesa de treinta y tantos años tiene derecho a bailar y a tomarse unas copas, menos la primera ministra socialdemócrata Sanna Marin (Helsinki, 1985), que lleva unos cuantos días sufriendo un linchamiento por parte de la oposición y de todos los biempensantes del país, concretamente desde que se filtró un video privado en el que se la ve en pleno jolgorio doméstico, levemente cocida y aparentemente muy feliz y hasta bailando con un hombre, ¡oh, horror!, que no es su marido.
No se sabe cómo se viralizó el video de marras, pero no se descarta que ese gran liante internacional que es Vladimir Putin esté detrás de la dañina indiscreción, molesto por la decisión de Marin de meter a su país en la OTAN (no me extrañaría nada). El caso es que se ha puesto en marcha el proceso inquisitorial, se ha comparado a la primera ministra con Boris Johnson (cuyas juergas, matizo, tenían lugar en pleno encierro por el coronavirus), se la ha acusado de estar bajo los efectos de las drogas (me gustaría saber cuántos de los que van en esa dirección se han metido alguna raya de coca en los lavabos del parlamento finlandés) y poco ha faltado para ponerla de puta p'arriba.
De repente, la brillante carrera política de la señora Marin no vale nada. Ni su rápido ascenso en el partido, ni su anterior cargo de ministra de Industria y Comercio, ni el puesto que ocupa desde 2019. Ha bastado con una fiesta privada y un bailecito con un señor que no era su marido, pero sí, probablemente, un buen amigo para poner en duda su capacidad para dirigir el país. Da la impresión de que puedes llegar a primera ministra si eres una señora mayor rellenita como Angela Merkel, pero no si eres una mujer joven y muy atractiva que, de vez en cuando, se permite una alegría común entre las congéneres de su edad.
Hija de un padre alcohólico y criada por su madre y la novia de ésta, Sanna Marin empezó muy joven a buscarse la vida en el mundo de la política y acabó ocupando el cargo de primera ministra de su país. Por una simple fiesta (y por acudir a conciertos de rock con minifalda y chupa de cuero, ¡qué espanto!), la oposición está pidiendo su cabeza, sea o no con la ayuda de Putin. No sé ustedes, pero yo atisbo ahí cierto machismo rancio junto a un gran oportunismo.
En principio, lo que haga un político en sus ratos libres no es de nuestra incumbencia mientras no afecte a su labor cotidiana por el bien de la patria. Y yo diría que lo de Marin no tiene nada que ver con lo de Johnson. Otra cosa es que la oposición se agarre a lo que sea con tal de descabalgarla del cargo. Hasta le han pedido que se someta a unas pruebas para detectar si consume drogas, cosa que ella niega. En resumen: borracha, drogadicta y puta. Y eso sucede en el que se supone que es uno de los países más civilizados de Europa. ¡Dios nos asista!