Entre el Dalái Lama y Putin
Pese a ser de natural boquirroto, desagradable y faltón, Josep Lluís Alay (Barcelona, 1966) está muy callado desde que Vladimir Putin ordenó la invasión de Ucrania. Intuyo que se ha dado cuenta de que más le vale adoptar un perfil bajo al respecto, dado que todos recordamos su acercamiento, en octubre de 2019, a diferentes personajes relacionados con el sátrapa de Moscú en busca de ayuda para la creación de la república catalana independiente (el hombre se dedicó a los políticos y a los empresarios, dejándole los mafiosos a Gonzalo Boye, que se mueve como pez en el agua en esos ambientes selectos). Contaba con la imprescindible ayuda de Víctor Terradellas, otro bocachancla del prusés que también lleva cierto tiempo más callado que un muerto (Boye está muy ocupado intentando comunicarse con ese periodista español que han detenido en Polonia, acusado de espiar para los rusos, y cuyas principales pruebas en su contra son, para mí, que escribe en el Gara y que recurre a los servicios del calvorota chileno).
Aunque el acercamiento procesista a Rusia fue solo un delirio más de una larga cadena de ellos (¿se acuerdan del iluminado que proponía convertir Cataluña en un protectorado chino y ofrecer a Xi Jinping el puerto de Barcelona para lo que gustase mandar?), lo cierto es que Alay estuvo metido en él hasta el cuello. Y que a día de hoy sigue siendo uno de los hombres de confianza del fugado Carles Puigdemont, que lo nombró su jefe de oficina (un curro con el que no debes deslomarte precisamente, dada la vacía agenda internacional de Puchi, pero que demuestra que sigues en tus trece), aunque no haya abierto la boca ni para darle la razón a su jefe y asegurar que éste nunca huyó metido en el maletero de un coche, sino cómodamente ovillado en el asiento de atrás del mismo).
Josep Lluís Alay es historiador y está especializado en la historia del Tibet, pero su natural eclecticismo patriótico le permite saltar tranquilamente del Dalái Lama a Vladimir Putin sin despeinarse. Y aunque lo suyo no pasara de una pequeña participación en una gran charlotada, lo cierto es que acercamientos procesistas a Rusia, haberlos, húbolos (como las meigas). Nos gustaría saber su opinión sobre la manera en que su antiguo coleguita Vladimir está tratando a Ucrania, pero no se le ve muy dispuesto a pronunciarse al respecto. Y no me extraña. De repente, el que le iba a ayudar a conseguir la libertad para su oprimido paisito resulta que es un dictador intolerante que invade el país de al lado con la excusa de que, en el fondo, siempre ha sido suyo y que ucranianos y rusos son parte de una misma gran familia. Conviene, pues, guardar silencio. Y, sobre todo, no sobreactuar a favor de la Ucrania atacada, no sea que dentro de un tiempo haya que volver a recurrir a Putin. Una posibilidad que, tal como las gasta el lazismo, puede que no haya desaparecido del todo en cerebros tan privilegiados como el del señor Alay.