Yolanda Díaz
Hacia la presidencia
Corríjanme si me equivoco, pero tengo la impresión de que Yolanda Díaz es a Pedro Sánchez lo que Isabel Díaz Ayuso a Pablo Casado, con la ventaja de que no milita en el mismo partido que él (aunque IDA es consciente de que su supuesto jefe es un líder muy discutible) y la de que en el suyo, Unidas Podemos, no abundan los contrincantes a su altura: Pablo Echenique solo sirve para despotricar, Ione Belarra no anda muy sobrada de luces y la pobre Irene Montero es, directamente, un zapato que habla. También diría que la (lícita) ambición de Díaz es llegar a presidenta del gobierno, y que, si para eso hay que crear un partido nuevo en torno a su augusta persona, es muy capaz de hacerlo. De hecho, un nuevo partido político situado ligeramente a la izquierda del PSOE podría aspirar a ser lo que nunca ha sido la cuadrilla del desaparecido Pablo Iglesias.
Yolanda Díaz cuenta con algunas bazas a su favor: no dice nunca tonterías, da una impresión general de dominar el terreno que pisa, exhibe un talante agradable y conciliador, sabe llevarse más o menos bien con los poderes fácticos y, aunque se defina como comunista, esquiva hábilmente el tono neorrancio que distingue a personajes como Alberto Garzón y demás desechos de tienta del PC. Que no se lleve muy bien con Yolanda Calviño es inevitable y forma parte del guion que se ha escrito para sí misma y del que también forman parte los encuentros seudo feministas con Ada Colau y Mònica Oltra o con el papa Francisco, que tampoco debería sorprendernos especialmente, ya que el cristianismo y el comunismo parten del mismo error: creer que el ser humano es bueno de natural (la diferencia entre la Biblia y El Capital, por un lado, y la aplicación de las enseñanzas de Jesucristo y del comunismo, por otro, también me parece un punto común entre ambos intentos de ordenar la sociedad).
A falta de anunciar a las claras sus intenciones, Yolanda Díaz se deja ver y oír y retratar (igual se podría haber ahorrado esas fotos envuelta en cuero negro, que le confieren un aspecto a medio camino entre Catwoman y Dómina Zara, pero la metedura de pata, si lo es, no es más grave que la de las imágenes de Soraya Sáenz de Santamaría descalza o Isabel Díaz Ayuso haciéndose la Dolorosa, por no hablar de las de Artur Mas partiendo las aguas como el Moisés de Cecil B. de Mille). Queda con las amigas por aquello del empoderamiento femenino.
Se va a ver al Papa porque se supone que éste es progresista, aunque en la práctica no esté tan claro. Y la próxima maniobra de autobombo debe estar al caer. Su intención, evidentemente, es demostrar que ha venido para quedarse y que no se conforma con un ministerio en el que, además, tiene que pasarse todo el rato discutiendo con la señora Calviño. Lo suyo es el viejo comunismo de rostro humano, pero puesto al día. Caso de llegar al poder, eso sí, no sabemos qué es exactamente lo que haría, ya que a veces le sale la roja irredenta que lleva dentro y que suele pasar desapercibida gracias al maquillaje, el tinte capilar y la ropa de marca (por no hablar de una sonrisa de las que desarman a cualquiera y que incrementa su atractivo natural: yo se lo veo, aunque sus detractores insistan en su supuesto parecido nasal con la doña Rogelia de Mari Carmen y sus Muñecos).
De momento, Yolanda Díaz es un enigma del que lo único que está claro es la ambición. En el que todavía es su partido no tiene una competencia evidente. El peligro más cercano para su futuro es el que representa Pedro Sánchez, que no en vano es más listo y maquiavélico que el jefe de la oposición, al que Díaz Ayuso puede intentar derrocar con ciertas esperanzas de éxito (también su asesor, Miguel Ángel Rodríguez, parece más espabilado que Teodoro García Egea, el campeón mundial de lanzamiento de huesos de aceituna con la boca).
En cualquier caso, todo parece indicar que el futuro de la izquierda española se va a acabar dirimiendo entre Sánchez y Díaz. La contienda acaba de empezar, pero promete ser bastante entretenida.