Cómo entenderlo todo al revés
Irene Montero (Madrid, 1988) es una mujer que no se distingue precisamente por su fino sentido del humor. Por eso, cuando se pone en modo irónico resulta lamentable, como ha vuelto a demostrar recientemente con sus comentarios displicentes sobre el ascenso vertiginoso de la hija de Amancio Ortega en la empresa familiar, ese emporio de la moda asequible (y frecuentemente copiada) que atiende por Zara. Montero hace como que se sorprende de lo bien que funciona en España el ascensor social, que permite a una pobre chica empezar plegando camisetas en una tienda y acabar de jefa absoluta de la empresa que la emplea. Pues sí, Irene, ya sabemos que se trata de la hija del jefe y que lo de las camisetas, en el mejor de los casos, solo era un intento algo burdo de demostrar que en Zara se empieza desde abajo y no hay excepciones para nadie, ni para la hija del patrón. Pero no sé yo si alguien que ha pasado, por vía conyugal, de cajera en un supermercado a ministra es la persona más adecuada para recrearse en la aparente paradoja.
Cuando se pone seria, Montero es aún peor. ¿Qué me dicen del premio otorgado por ese ministerio de Igualdad que ella dirige a Carlota Corredera, una de las responsables de la melodramática serie de Tele 5 sobre las desgracias sufridas por Rocío Carrasco, la hija de La Más Grande, a manos de un expicoleto corrupto con el que en mala hora contrajo matrimonio? Ya durante la emisión de ese gran ejemplo de pornografía sentimental (en el que una mujer denunciaba el machismo cobrando una pasta gansa), la señora Montero tuiteó su solidaridad con la hija de la folklórica y hasta la puso como ejemplo de hembra valerosa enfrentada a las miserias del heteropatriarcado, cuando, en mi modesta opinión, solo era una señora sin oficio conocido que estaba haciendo caja a costa de su supuesto infortunio personal, aprovechando para lavar su honra y, si eso fuera posible, también la de la cadena del señor Vasile. Caer en una trampa tan ramplona debería ser impropio de alguien que llega a ministra del Gobierno español, aunque su triunfo social se deba al nepotismo (o, más bien, maridismo).
Hay que reconocerle a Irene Montero que, a su manera, nunca defrauda. Cada vez que se ve impelida a opinar sobre algo, puedes tener la certeza de que lo habrá entendido todo al revés. Y si encima pretende impostar una ironía de la que carece, los resultados son aún más penosos. No sé lo que durará en política, donde solo se mantiene porque Pedro Sánchez tiene que pechar con Podemos para mantener el sillón (en caso contrario, los eliminaría a todos con sus propias manos, aunque no sé si empezaría por Irene Montero o por Yolanda Díaz, que tiene bastantes más luces y mucho más peligro). En cualquier caso, siempre le quedará Tele 5. Una serie a lo Rocío Carrasco en la que cuente sus desgracias y le eche la culpa de todo a Pablo Iglesias, su Antonio David particular, ése que envía a las exnovias al gallinero del Congreso (véase el caso de la melancólica Tania), podría ser todo un éxito de audiencia. Yo no me la perdería.