Simone Biles
¿Y si le damos un respiro?
La gimnasta norteamericana Simone Biles (Columbus, Ohio, 1997) lleva varios días en boca de todos. Concretamente desde que, en plena olimpiada nipona, se descolgó con que no podía aguantar la presión y que se daba de baja por una temporada de sus obligaciones como atleta, mientras asomaba en su horizonte el drama de la depresión. La gente, como no parece tener nada mejor que hacer, se ha dividido rápidamente en dos grandes grupos: por un lado, los que la entienden (y, de paso, la victimizan porque hoy día, si no eres una víctima, no eres nadie), la apoyan y sacralizan su (supuesta) vulnerabilidad, que la humaniza y la empodera al mismo tiempo: tengo mis dudas de que fueran tan comprensivos con un atleta varón, blanco y, para más inri, heterosexual, pero igual son cosas mías; por otro, los que la ponen de vuelta y media, la acusan de floja, le recuerdan el dinero que ha costado su carrera e insisten en que a las olimpiadas se llega llorado de casa. Yo me he quedado un poco en un terreno intermedio.
Vamos a ver, yo entiendo lo de que su carrera no depende de ella sola y que su decisión de abandonar temporalmente afecta a más gente. Pero también entiendo, como persona propensa a la melancolía, que la pobre mujer se haya dado cuenta de que está a punto de darle un jamacuco moral importante y pretenda esquivarlo (la salud mental sigue sin ser tomada tan en serio como debería en este mundo, sobre todo en ambientes basados en la competición). Así pues, aunque un poco en medio, en el fondo me inclino más hacia los que creen que hay que dejarla en paz y tome la decisión que se le antoje más oportuna para su equilibrio mental, por mucho dinero que se haya invertido en su formación gimnástica. Detecto, incluso, cierta histeria en las opiniones más radicales de uno y otro bando. No me parece que la señora Biles sea una floja malcriada, pero tampoco que nos hallemos ante una víctima de una sociedad exigente y despiadada: yo veo a una mujer que se ha dado cuenta de que está a punto de explotarle el coco y necesita que se le dé un respiro. Y no me parece que le hagan ningún favor ni las almas puras que insisten en presentarla como una víctima del machismo olímpico ni esos que van de malotes prusianos y parecen sugerir que se la trate a bastonazos, a ver si aprende a comportarse.
En el fondo de la cuestión detecto esa costumbre tan humana de meternos donde no nos llaman. Biles sabe mejor que nadie qué le pasa y es la persona más adecuada para intentar ponerle remedio a su malestar. De nada sirve denigrarla ni elevarla a los altares del feminismo. Dejémosla en paz y que haga lo que considere más conveniente para su salud mental. Y a ver si dejamos de tomarnos a pitorreo las depresiones de la gente, que no son ninguna broma, como bien sabemos todos los melancólicos de este mundo.