Jordi Turull
El pelmazo irredento
Si el beato Junqueras permite, echándole ganas, intuir que tal vez ha visto la luz entre rejas (igual el preso de la celda de al lado escuchaba de forma compulsiva Beginning to see the light, de The Velvet Underground, y la canción influyó de manera subliminal en el, digamos, pensamiento del rumiante barrigón) y Cuixart, entre el misticismo de chichinabo, el mullet y los pantalones prensa huevos, ofrece motivos de alegre rechifla (imagino que en su mente suena siempre canto gregoriano con acompañamiento de gralla, y puede que algo de Sopa de Cabra y Núria Feliu), Jordi Turull no nos da absolutamente nada a quienes no compartimos su pensamiento, por llamarlo de alguna manera. Turull es, probablemente, el fanático más cerril de toda la cuadrilla liberada hace unos días. Y el más aburrido. Con la cara ya paga: esa frente más que despejada, esos párpados caídos, esa boca que nunca sonríe, esa jeta de funcionario tras la ventanilla…¡Dios, qué tipo tan siniestro! (lo único mínimamente parecido a él lo he encontrado en algunos personajes lamentables del dibujante de comics norteamericano Daniel Clowes, que ha hecho de los pusilánimes con mala baba una de sus señas de identidad como artista).
Me pregunto si siempre ha sido así o si en un momento determinado se le agrió el carácter (¿tal vez cuando compartía celda con Rull y éste le hacía partícipe de unos cuescos criminales fruto de la represión española en forma de grasienta alimentación carcelaria?). En cualquier caso, Turull parece siempre un hombre muy contrariado. Como Cuixart, responde también al modelo pasivo agresivo tan extendido entre los indepes (ya saben, esa gente que te hace la vida imposible aparentando que eres tú quien se la amarga a ellos: un clásico conyugal), pero lo eleva a la enésima potencia y sin la gracia del mosquetero apretado. Y es que, a diferencia de Cuixart, Turull no está loco, solo es un malaje de padre y muy señor mío, un catalán rondinaire, un quejica profesional que ve venganza en el Tribunal de Cuentas, pero encuentra no solo normal, sino hasta humanitario, llevarse por delante a la mitad de sus conciudadanos para imponer su peculiar punto de vista sobre la realidad.
Con Junqueras y Cuixart, cualquier columnista con un poco de ingenio puede acabar encontrando petróleo, pero con Turull, esa no entidad mezquina y solipsista, no hay nada que rascar. Lo que ves es lo que hay. Y lo que hay no tiene el más mínimo interés: otro catalán de pueblo, supremacista y sobrado sin motivo alguno, que se agarró en la adolescencia a una idea idiota y no la ha soltado desde entonces. Lo cual le condena, dada la imposibilidad manifiesta de ponerla en práctica por falta de quorum, a la amargura permanente y funcionarial que lo caracteriza. Y si a esto añadimos que estuvo a punto de llegar a presidente de la Generalitat y que la CUP lo envió directamente al calabozo (como antes había enviado al Astut al basurero de la historia), tendremos delante a un sujeto ruin y resentido que, como aquel personaje de la novela de Sagarra Vida privada, ha venido a este mundo para convertirlo en un sitio más desagradable de lo que ya es. No sé dónde lo recolocará el régimen, pero espero que no sea en un cargo que requiera el más mínimo contacto con los seres humanos, que ya nos deprimimos solos, gracias.