Jordi Cuixart
Hacia el martirologio
De éste no se puede esperar nada razonable. A la salida del trullo fue el que más gansadas soltó, el más bravucón y el más iluminado. No es que los años de encierro no le hayan llevado a reflexionar, sino que lo han reafirmado en todos sus delirios. De hecho, yo creo que ha salido a la calle a disgusto, que él se habría quedado muchos meses más a la sombra, haciéndose la víctima, aspirando a convertirse en el mártir número uno de la patria en estos tiempos oscuros, dispuesto a ser crucificado al revés para pasar a la Historia como el héroe místico que cree ser. Lo diré más claro: yo creo que Jordi Cuixart no está del todo en sus cabales. Lo intuyo en lo que dice, en sus sonrisas de orate, en su triunfalismo intempestivo, en su grandilocuencia absurda, en sus abrazos franciscanos con el supuesto enemigo (Iceta), en su mirada clavada en el horizonte de la libertad propia y la esclavitud ajena (la de los que no pensamos como él y que es como si no existiéramos)…Yo diría que estamos ante un zumbado del modelo Xirinachs, con unos toques cutres del Pobrecillo de Asís. Y también ante un caso de actitud pasivo agresiva de manual psiquiátrico. Por no hablar de lo del mullet, claro.
Alguien que se empeña en mantener en pleno siglo XXI ese peinado absurdo cuya invención se atribuye a la primera mujer de David Bowie, Angie, cuando ya no lo llevan ni los más rupestres cantantes de country ni los tíos más tarugos de Baviera (los USA y Alemania fueron dos plazas fuertes del mullet en los años 70 y quien tuvo retuvo) es alguien al que solo le falta llevar escrita en la frente, y en mayúsculas, la palabra MAJARETA. No entraré en su costumbre de lucir ropa demasiado estrecha o que, directamente, le va pequeña porque no es de su talla, aunque también lo encuentro un detalle preocupante (tiene mucho mérito haber tenido hijos con esos pantalones que le prensan permanentemente las gónadas, eso sí). En cuanto al semblante a lo mosquetero, como de D´Artagnan con mullet, no dudo que sea genético, pero contribuye a dotar al personaje de otro elemento extravagante que es ideal, no lo negaré, para redondear el monigote místico que ha fabricado consigo mismo. Ahora que lo pienso, lo de la ropa apretada igual es su versión del cilicio: no descartemos la posibilidad de que nuestro hombre extraiga algún placer yendo por ahí hecho un salchichón.