Jorge Javier Vázquez
Basurero, a tus basuras
Jorge Javier Vázquez (Badalona, 1970) es, probablemente, el tipo más listo de todos los que se mueven por el inframundo de la prensa del corazón. Aunque empezó de reponedor en un Caprabo de su ciudad --como le gusta repetir en cuanto se le presenta la menor ocasión--, el hombre pasó por la universidad, desarrolló ciertas inquietudes culturales y aportó al lado oscuro del periodismo al que se apuntó ciertas características hasta entonces inéditas en ese entorno. Viendo que en Cataluña no había nada que rascar en lo suyo, se fue a Madrid, hizo un meritoriaje con Ana Rosa y, muy rápidamente, fue ascendiendo --o descendiendo, según se mire-- los peldaños de la jerarquía rosa hasta convertirse en el indiscutido rey de la telebasura, cargo que ocupa desde hace años y con el que ha dado gloria y, sobre todo, dinero a Telecinco, la empresa que lo acoge y lo explota y lo utiliza para un barrido y para un fregado a cambio de unos emolumentos considerables. Hasta ahí, nada que objetar.
Los problemas conceptuales del señor Vázquez --por lo menos, desde mi punto de vista- empiezan cuando pretende alternar su cargo de Gran Chafardero Indomable con el de Defensor de la Democracia y el Estado de Derecho. El hombre es muy bueno en lo suyo y, realmente, no necesita presentarse constantemente como un progresista de pro que solo quiere lo mejor para España desde un punto de vista sociopolítico. Pero él insiste, como si en el fondo le diera un poco de vergüenza haber llegado donde ha llegado haciendo lo que hace y aspirara a alcanzar cierta altura moral para la que su forma de ganarse la vida lo incapacita. Yo creo que en esta vida hay que elegir y no se puede tener todo: o exprimes a Rociíto hasta dejarla en los huesos --nada que objetar: ella cobra por ello y el populacho lo disfruta enormemente)--o te acercas a un mitin de Ángel Gabilondo a darle un abrazo y expresarle tu apoyo como rojo y maricón --así gusta nuestro hombre de definirse--. No sé ustedes, pero a mí las dos cosas juntas como que me chirrían un poco --por no hablar de que no sé yo si lo que mas necesita Sosoman en estos momentos es la solidaridad del cotilla más famoso de España--.
Lejos de mí las denuncias morales. Nada tengo que objetar al modo en que Jorge Javier se gana la vida: el hombre ha entendido perfectamente, a diferencia de quien esto firma, las leyes de la oferta y la demanda. Lo que no me convence es su intención de estar en misa y repicando: hacerse el progre por la tarde en un mitin socialista y enseñar el culo por la noche en Telecinco no es que sean actividades estrictamente contraindicadas, pero dan qué pensar sobre quien las encuentra perfectamente compatibles. Me temo que la doble vida de Jorge Javier se debe a sus excesivas lecturas y a su paso por la universidad. Sus secuaces, a los que manipula como a títeres de cachiporra, no arrastran esas mochilas y se dedican al cotilleo y la desfachatez a todas horas, sin experimentar jamás la necesidad de mejorar un poco la sociedad que los soporta, como sí parece ser el caso de nuestro hombre, en quien no descarto cierto endiosamiento relacionado con la fama y la fortuna que le hace ir por el mundo excesivamente sobrado: si experimenta la necesidad de hacerse el rojo sin que nadie se lo pida, algo parecido ocurre con su condición sexual.
Hace unas noches, zapeando, me topé con Jorge Javier conversando con alguien que yo no sabía quien era, pero que a nuestro héroe le parecía más joven de lo que en realidad era --o tal vez solo pretendía halagarle--. “¿Cuántos me echas?”, preguntó el invitado. “¿En una noche?”, repuso JJ con una de sus espontáneas carcajadas en la línea de Raphael o el difunto Risitas. Al otro se le vio incómodo ante la voluntaria sustitución de “años” por “polvos”, pero JJ siguió a lo suyo, sin ser consciente de que, si ese trato grosero se lo aplicara un presentador heterosexual a una mujer, lo crujirían --y con razón--. Puede que el principal problema del señor Vázquez sea la sobreactuación: nadie tiene nada en contra de que se considere --como a sus espectadores, vaya usted a saber por qué-- un rojo maricón, pero abusar públicamente de ambas características acaba resultando un pelín cansino.