Anna Grau (centro), junto a Carlos Carrizosa e Inés Arrimadas / EUROPA PRESS

Anna Grau (centro), junto a Carlos Carrizosa e Inés Arrimadas / EUROPA PRESS

Examen a los protagonistas

Anna Grau

10 enero, 2021 00:00

 Conocí a Anna Grau en los años noventa, cuando yo trabajaba para El País y ella hacía lo propio en el Avui. Era una chica muy simpática con la que solía coincidir en la cobertura de actos electorales y que aseguraba que me leía siempre, aunque mis artículos la sacaban de quicio porque ella era una buena chica nacionalista y yo un despreciable botifler. La perdí de vista cuando se fue a Madrid y no he vuelto a verla, aunque he ido siguiendo atentamente su conversión al constitucionalismo, que ahora la ha llevado a presidir SCC y a ocupar el número dos en la lista de Ciudadanos para las próximas elecciones autonómicas. Vivió también en el extranjero y yo diría que, en su caso, se ha cumplido la teoría de Pío Baroja según la cual el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo, viajando. Sus antiguos compañeros de (inútil y melancólica) lucha la han convertido en una especie de bestia negra y se dedican a ponerla más verde que a los que llevamos desde siempre en la trinchera de enfrente: los lazis pueden ser muy rencorosos.

Apuntarse a Ciudadanos cuando el partido está en proceso de demolición me parece un acto admirable. Poco se va a poder medrar ahí, como ha demostrado Lorena Roldán pasándose al PP. Pero Anna se ha convertido en una genuina true believer, llegando al extremo de traducir al catalán Gerona, de Benito Pérez Galdós, que aunque a mí me suene a sobreactuación, es una labor muy digna (por mucho que nadie en su sano juicio vaya a leer en catalán una obra que puede entender perfectamente en su versión original; cosas así solo las hacen los lazis capaces de leer a Cercas en catalán, pero su número debe estar entre escaso e inexistente).

Han pasado décadas desde aquellos mítines en que Anna y yo nos chinchábamos mutuamente, pero de buen rollo. Las cosas han empeorado notablemente desde entonces y la conversación entre bandos se ha ido reduciendo hasta bordear la inexistencia. Sigue habiendo separatistas que me dirigen la palabra, y con algunos hasta hay cierto aprecio personal, pero son la excepción: la mayoría apartan la mirada cuando te los cruzas, si es que no te la clavan como si sus ojos fuesen puñales. No sé qué tal le irán las cosas a mi conversa favorita en Ciudadanos. Le alabo la moral --yo a lo máximo que he llegado es a cerrar la lista de Manuel Valls al Ayuntamiento de Barcelona-- y me admira su buena voluntad. Le deseo lo mejor.