Vuelve el hombre
Joan Laporta se va a presentar de nuevo a las elecciones del FC Barcelona tras llegar a la conclusión de que somos legión los que lo echamos de menos, aunque no todos por los mismos motivos. Para el lazi medio, el triunfo de Laporta es la garantía de que el club de sus amores seguirá siendo el brazo (o, mejor dicho, el pie) armado del separatismo; para los que el fútbol nos da cien patadas, pero lo seguimos aunque no queramos a causa de la presión ambiental, Laporta significa el regreso a la diversión que presidió su primera etapa al frente del Barça, cuando su bochornosa desfachatez se colaba en la prensa y en los telediarios de manera constante: un día se bajaba los pantalones en un aeropuerto porque se había rebotado con los del control de metales, una noche se tiraba por la cocorota una botella de champán francés --el cava, ni para humedecer la caspa--, en verano se le veía pimplando en la cubierta de un yate, sonriente, sudoroso, esgrimiendo veguero cubano y rodeado de señoritas en bikini, convertido en la versión más chabacana y nostrada del gran Hugh Hefner... Es indudable que, comparado con el vampírico Gaspart, el turbio Rosell o el soporífero Bartomeu, el bueno de Jan es la alegría de la huerta. ¿Que también es un chulo, un bocachancla y un patriota de boquilla? ¡Sin duda alguna! Pero con él siempre hay espectáculo en el Barça, aunque éste no se desarrolle forzosamente en la cancha.
Personalmente, me tomo el regreso de Laporta como un loable intento más de alegrarnos la vida en estos tristes tiempos de pandemias, mascarillas, toques de queda, burbujas y confinamientos. Su candidatura la interpreto como su contribución al entretenimiento de una sociedad sometida a presión. Me parece una iniciativa en la línea del intento de asesinato de Josep Maria Mainat, la tangana entre DJ Kiko y su madre la urraca folklórica o el nuevo videoclip de Leticia Sabater, dignos intentos, todos ellos, de alegrarnos las pajarillas a los sufridos españoles del año 2020. Es probable que sus tendencias lazis generen mal rollo a granel en el fútbol nacional --aún no ha decidido si va a permitir la presencia en el sagrado Camp Nou de la selección española, entre otros asuntos de similar enjundia--, pero con este hombre no nos vamos a aburrir ni los que nos aburrimos como ostras con los partidos de fútbol.
Evidentemente, lo que no hay que hacer con Laporta es tomárselo en serio. Cuando hace afirmaciones patrióticas, resulta ridículo, el pobre. Pero brilla con luz propia cuando se trata de emborracharse en público, bajarse los pantalones a destiempo y presentarse en cualquier jolgorio, como el difunto Camarón, a partirse la camisa. Como víctima colateral de la industria del balompié, estoy a favor de que Laporta recupere la posición que nunca debió perder. Fallecidos el inenarrable Josep Lluís Núñez y el filósofo alternativo Johan Cruyff, solo el gran Jan es capaz de conseguir que el Barça sea una fuente constante de bochorno, vergüenza ajena y risa de la buena. Si el equipo no gana ni un partido bajo su presidencia, a mí me la pela, yo lo que quiero es reírme.