El tiro por la culata
Montar una moción de censura a sabiendas de que no la va a suscribir ni Dios y te vas a quedar más solo que la una es una idea peregrina o, en el mejor de los casos, una manera de perder el tiempo tan buena como cualquier otra. Si además consigues aportar cierta armonía a un Congreso que es una jaula de grillos con muy mala uva, lo tuyo ya es, directamente, tontería pura y dura. No sé qué pretendía exactamente Santiago Abascal con su charlotada del otro día, pero resulta evidente que le ha salido el tiro por la culata: sus némesis por la izquierda y por la derecha han salido reforzadas del embate y él ha quedado como un energúmeno al que nadie quiere tocar ni con un palo. Si esto es todo lo que sabe hacer Vox para llegar al poder, más vale que lo dejen correr.
Pedro Sánchez, ese arribista con pujos de gran estadista, se ha venido arriba con la sarta de chorradas pronunciadas por Abascal en el hemiciclo (siendo como es, claro, se ha visto obligado a cagarla firmando un manifiesto con lo mejor de cada casa). Pablo Casado ha aprovechado la oportunidad que se le presentaba de distanciarse de la extrema derecha y aparentar que inicia su enésimo viaje al centro político, ese que te hace ganar elecciones. Hasta Rufián, ese gañán del independentismo súbito, ha parecido ingenioso con sus referencias a Tejero y Torrente. Todos han sacado algo de la torpeza inverosímil de Abascal, hasta los chantajistas vocacionales del PNV, cuyo portavoz se hizo el digno al negarse a explicar sus motivos para votar que no a la moción de censura porque le parecía una pérdida de tiempo.
Para colmo, tras recibir el sopapo conceptual de Casado, Abascal adoptó un tono de boxeador sonado que no ha visto venir tan prodigiosa galleta y reconoció que el del PP lo había pillado con el paso cambiado, aunque la cosa entraba dentro de lo posible. Teniendo en cuenta la fama de vago que tenía Abascal en su anterior partido, es muy posible que ni siquiera se hubiese tomado la molestia de estudiar las posibles reacciones del señor Casado, entre las que figuraba, a ojos de cualquiera, la de utilizarlo de punching ball para dárselas de moderado y centrista.
La extrema derecha no se distingue en ningún país por un exceso de luces. Sus partidos son, por regla general, de ideas fijas y escasas, como demuestran los chupacirios de Polonia o los matamoros de Francia. Vox existe porque la extrema derecha está de moda en toda Europa y en España no vamos a ser menos. Excrecencia de la derecha de toda la vida, como Podemos lo es de la izquierda, Vox solo ha venido, con perdón, a joder la marrana un poco más, aprovechándose, como los pabloides, de la fatiga de materiales en el bipartidismo español. Con ocurrencias como la de la moción de censura no va a llegar muy lejos, pues ya acabamos de ver que lo único que ha logrado Abascal con sus chorradas es, de momento, que el PSOE se ofrezca a abordar con el PP el delicado tema de la reforma del poder judicial, que Pablo Casado parezca un líder conservador cabal (ya solo le falta deshacerse de Díaz Ayuso y creo que está en ello) y que Pedro Sánchez se reafirme en su papel de mal menor de la democracia española. O sea, que le ha salido un pan como unas hostias. Despreciado al alimón por la dictadura social comunista y la derechita cobarde, puede retirarse al rincón de pensar, donde nadie espera que piense nada, pero no es descartable que se eche una reconfortante siesta. ¡A recuperarse, campeón!