La nueva princesa del pueblo
Los partidos políticos españoles bullen de asesores que, francamente, a menudo uno no entiende qué hacen para ganarse el sueldo. Pensemos en el de la ministra Irene Montero. Cuando ésta le dijo, “Oye, que me han llamado de Diez Minutos para que les enseñe mi casa y les cuente mis cosillas”, el asesor (o asesores, ya que en este país no se repara en gastos a la hora de colocar a los amiguetes, y los pabloides se llevan la palma en todo lo relacionado con el nepotismo), debería haberle respondido: “¡Ni se te ocurra, oh, lideresa! La oposición y hasta el común de los españoles se nos echará encima por imitar las costumbres de esa casta a la que tanto odiamos y a la que tanto debemos a la hora de habernos encaramado hasta nuestra posición actual. Tú no eres Belén Esteban ni Isabel Preysler y no tienes por qué refugiarte en la prensa del corazón. Comprendo que te haga ilusión enseñar ese vestido tan cuqui que te has mercado y ese reloj tan chulo que luces en la muñeca, pero nos van a crucificar”. Es evidente que el comentario del asesor no fue en esa dirección.
Así pues, se consumó la metedura de pata y ahí tenemos a la excajera del súper luciendo de señorona en una revista para marujas. Con todo el pitorreo y los sarcasmos a los que dio opción la mansión de Galapagar. Con todos los esfuerzos llevados a cabo por Podemos para distanciarse moralmente de los partidos del régimen del 78. Con lo evidente que resultaba que la ciudadanía, que no sabe apreciar todo lo que el partido está haciendo por ella, se le iba a lanzar a la yugular y a convertirla en carne de escarnio, escrache y memes en las redes sociales. Cualquiera, menos el asesor colocado a dedo (tal vez el novio o el cuñado de alguien, que en Podemos las relaciones sentimentales se valoran en su justa medida y se recompensan como corresponde), habría visto venir la catástrofe que se avecinaba, a la que luego se ha hecho frente de la manera habitual, la misma con la que se encaja el acoso de la turba en Galapagar o la pintada insultante en una carretera de Asturias: acusando a los oponentes de intolerantes, de mezquinos y, en una palabra, de fachas, que es un término ideal en España para salir del paso sin darle muchas vueltas al asunto.
El reportaje de Diez Minutos, por banal y nada inesperado que resulte en el fondo, es un clavo más en el ataúd de Podemos. Lo de la mansión ya fue una salida de pata de banco, habitual en políticos del PP, pero en absoluto de recibo en quien desprecia a la casta del 78 y no quiere saber nada con ella (con un apartamento espacioso en el barrio de Salamanca, iban que chutaban: un sitio cómodo, céntrico y, sobre todo, mucho menos ostentoso para quien ha hecho de la austeridad un valor fundamental de su manera de entender la política). Lo de enseñar la mansión al vulgo ya es, directamente, reproducir las costumbres burguesas de los que ocupan habitualmente las páginas de cierto tipo de publicaciones más bien alienantes o, por lo menos, escapistas.
No entiendo qué se le pasó por la cabeza a Montero y su asesor a la hora de decir que sí a la oferta envenenada de Diez Minutos. Tampoco entiendo que los pabloides no entiendan la repercusión de sus actos y la achaquen siempre a la inquina de la derechona. Esto se veía venir y, por consiguiente, era perfectamente evitable. ¿Que llaman de Diez Minutos? Pues se agradece la oferta, se rechaza amablemente y a otra cosa, mariposa. Sobre todo, porque en la España actual no son pocos los que tienen enfilados a los Ceaucescu y están dispuestos hasta a ampliar el detalle de una foto para aclarar si el reloj que luce la señora ministra es un Rolex, un Tag Heuer o una imitación de los chinos. Aquí, sobre todo, lo que no se entiende es la torpeza.