Jordi Sànchez
El conspirador entre rejas
Hay que ver qué carrera tan brillante ha hecho el liante de Jordi Sánchez. En los años 90 publicaba artículos de opinión en la edición barcelonesa de El País y los firmaba como “politólogo”. Luego se colocó de segundo de a bordo del Síndic de Greuges eterno, Rafael Ribó, siniestro personaje de la gauche caviar reciclado en lamebotas de los nacionalistas. Después se metió abiertamente en política, llegó a presidir la ANC (hubo que dar un cierto pucherazo convergente para apartar a la ganadora de las elecciones, la norteamericana Liz Castro, que se cree que es catalana sin que ningún psiquiatra se interese por ella), se hizo íntimo de Puigdemont y acabó protagonizando su célebre jornada de gloria ante el departamento de Economía de la Generalitat, subido a un coche de la Guardia Civil con su compadre Jordi Cuixart, jornada que acabó dando con los huesos de ambos en la cárcel, donde disfrutan del martirologio, que es algo que en la Cataluña catalana gusta mucho: a este mundo hemos venido a sufrir, sobre todo si tienes de vecinos a los españoles.
Como esos gánsteres de las películas de Scorsese que siguen controlando el cotarro desde el talego, Sánchez no descansa entre rejas y sigue a lo suyo, que es intrigar y medrar. Convertido en el ideólogo favorito del fugado Puchi, Sánchez se sacó de la manga la Crida per la República y no ve la hora de que el PDECat se subsuma en JuntsxCat (o sea, JuntsxPuchi) y ceda todo su poder al ungido por el Astut Mas, al que le ha salido madera de líder en lo que él llama exilio. Va a tener que esperar un poco, ya que el PDECat, comandado por el correoso Bonvehí, acaba de ganar el primer round, negándose a ponerse a las órdenes de Puchi y pasando mucho de los consejos de los consellers presos. No sé si ganará el segundo, pero no me cabe duda de que Sánchez hará todo lo posible para que no sea así. No me pregunten cómo ha sucedido, pues ni yo mismo lo entiendo, pero el periodista que llegó a alcalde de Gerona, acogiendo todas las trapisondas comerciales de su amigo Matamala, se ha convertido en la distancia en una especie de caudillo providencial en el que Sánchez confía casi ciegamente.
Y Sánchez está en la cresta de la ola del Nuevo Soberanismo, siempre dispuesto a ejercer de sutil consejero y de guardián de las esencias. Estamos ante un oxímoron humano: un fanático tranquilo. Y yo diría que es más listo que Puchi, que lo sabe y que está esperando su momento para demostrarlo. Fíjense en lo mucho que pinta en el talego: no quieran pensar lo que pintará cuando lo suelten.