La frikada
Al rapero de Lleida Pablo Hasél le han caído seis meses de trullo por un incidente de 2017, cuando ocupó el rectorado de la universidad de Lleida con una pandilla de cafres antisistema y tuvo la brillante idea de partirle la cara a un cámara de TV3 que rondaba por allí en misión informativa. Los hechos quedaron grabados, yo los vi y la actitud del señor Hasél (en realidad se apellida Rivadulla) era sin duda alguna violenta y beligerante. Supongo que él debía partir de la base de que la prensa intoxica, miente y envenena el ambiente y que a los periodistas hay que arrearles un buen sopapo de vez en cuando para que no se tomen a pitorreo a los revolucionarios.
La justicia, lamentablemente para el rapero comunista, no lo ha visto así y lo ha condenado a seis meses de cárcel. ¿Los cumplirá? No estoy muy seguro. Hace años que nuestro rebelde sin causa está a la greña con la justicia, pero nunca acaba de ir al talego. También es verdad que las acusaciones no suelen dar mucho de sí, pues se reducen al contenido de sus coplas y de sus declaraciones, indistinguibles unas de otras. Pablito está en contra de absolutamente todo y se le calienta la boca constantemente, tanto cuando rapea como cuando opina en público. Es como si hubiera decidido enfrentarse al sistema él solo --con el auxilio esporádico de Willy Toledo--, sin ser consciente de que lo dice o hace suele importarle un rábano a todo el mundo, salvo a la administración de justicia, que es el único colectivo en España que le presta una mínima atención. Sin exagerar: si no recuerdo mal, Hasél ya tenía que ir al trullo cuando Valtonyc se dio el piro para convertirse en la mascota oficial de la Casa de la República de Puchi y su alegre pandilla. Este hombre se pasa la vida haciéndose la maletita para el talego, pero no lo visita nunca.
Tengo la impresión de que los jueces lo consideran poco más (o menos) que una mosca cojonera. De hecho, le harían un favor encerrándolo unos meses, pues el hombre le sacaría jugo a su papel de víctima de la libertad de expresión. Como W.C. Fields, Pablo Hasél no tiene prejuicios: odia a todo el mundo. En ese sentido, su colega mallorquín ha sido más hábil a la hora de garantizarse el suministro de sobrasada: le ha bastado con hacerse el indepe y convertirse en el bufón de un catalán de derechas. Inasequible al desaliento, Pablo prosigue en solitario su lucha contra el capitalismo y por la instauración del comunismo, pero el sistema ni reconoce su existencia enviándolo al talego. Su abogado prepara ya el recurso. Pablito, no vas a pisar la celda en tu vida, lo siento mucho por tu reputación.