Andrew Windsor
Todos teníamos al príncipe Andrés de Inglaterra, duque de York, por un holgazán que ejercía de comisionista bajo la protección de su madre, la difunta reina Isabel. Daba la impresión de que los Windsor no sabían muy bien qué hacer con él y le daban mecha para dedicarse a sus asuntos (fueran los que fuesen, dado su carácter difuso y confuso), a condición de que no trajera problemas a casa.
Cuando se casó con Sarah Ferguson (Fergie, para los amigos), dio la impresión de que se habían cruzado dos grandes aficionados a la juerga, la ginebra y el despilfarro de dinero ajeno, y ambos nos cayeron simpáticos durante un tiempo, con esa simpatía que se reserva para gente como Bertín Osborne o DJ Kiko (antes conocido como Paquirrín).
En su Inglaterra natal siempre los miraron con una mezcla de condescendencia y pitorreo, y cuando la pobre Fergie engordó, hubo quien empezó a referirse a ella no como la duquesa de York, sino como la duquesa de Pork (hablamos del país que rebautizó a la Caballé como Monsterfat Caballé, no todo lo británico se parece a un episodio de Retorno a Brideshead o Downton Abbey).
Pero cuando realmente empezaron a pintar bastos para el cebollo de Andy fue cuando estalló el caso de Jeffrey Epstein y se descubrió que era amigo suyo y, además, le proveía de carne fresca.
Andrew se prendó de una menor norteamericana llamada Virginia Giuffre (1983 – 2025), de la que se benefició convenientemente gracias a la munificencia de Epstein (por cierto, ¿se suicidó o lo eliminaron? Llámenme conspiranoico, pero me inclino por la segunda opción).
Virginia se suicidó hace unos meses, pero tuvo tiempo de acabar unas memorias (Nobody´s girl: A memoir of suffering abuse and fighting for justice) que se publicarán en el mercado anglosajón el próximo 21 de octubre. Y en las que lleva a cabo un retrato del duque de York no muy favorecedor.
Lloverá sobre mojado. Se acaba de publicar en Inglaterra un estudio completísimo del personaje (Entitled: The rise and fall of the House of York) a cargo del historiador Andrew Lownie, que ya le había cantado previamente las cuarenta al filo nazi duque de Windsor, el que renunció al trono (teóricamente por amor) en vísperas de la Segunda Guerra Mundial para casarse con una divorciada americana más fea que pegar a un padre.
Al parecer, Andrew aparece en el libro como un vagazo consentido, malhumorado, maltratador de sus subordinados, obseso sexual y sin habilidades concretas para nada, más allá de los sablazos y el sexo ilegal.
Ya nadie se toma a broma en Inglaterra al principito, pero su situación es mucho peor. Convertido en una mierda en el zapato de los Windsor, veremos cómo sobrevive (si lo consigue) al libro del señor Lownie y las memorias de la señora Giuffre.