El escritor polaco Joseph Conrad fue el primero en abrir los ojos al mundo entero sobre el Congo. En su mítica novela, El corazón de las tinieblas, el autor, nacionalizado británico, se adentraba en los males del colonialismo, en la figura de Charles Marlow y su búsqueda de un explotador de marfil, de apellido Kurtz, que mostraba síntomas de locura en medio de la selva del Congo. Marlow, durante el descenso por el río Congo, va asimilando todos los males de la intromisión de la civilización europea --ejemplificado en el emperador belga Leopoldo II, que realizó un auténtico genocidio en el país africano-- en un mundo inhóspito y salvaje, pero amable y respetuoso con la naturaleza y sus espíritus. Marlow, tras mil y una penurias, acaba su recorrido encontrando a Kurtz, que se ha convertido en una figura casi mesiánica para los indígenas. En lo más profundo de la selva, Kurtz desvela, desde la agonía, su célebre epitafio --"¡El horror, el horror!"--, muriendo poco después.
Ciento veinticinco años después de la mítica novela de Conrad, el Congo vuelve a sonar con fuerza en Europa. En esta ocasión, ha sido a través del acuerdo publicitario del país africano con el FC Barcelona para llevar el nombre del Congo en la camiseta de los entrenamientos. Un acuerdo que ha supuesto unos ingresos de 40 millones de euros. Una cifra reseñable, si no fuera porque ahora mismo el Congo no es precisamente un país modélico, inmerso en una guerra civil, donde los derechos humanos se saltan a la torera y las matanzas están a la orden del día. Esta relación ha llegado incluso a algunos parlamentos europeos, como el de Suecia, que ha protestado enérgicamente.
Sorprende que Joan Laporta, adalid en llevar el nombre de Unicef en la camiseta durante su primer mandato, se deje llevar por este tipo de acuerdos, que en todo caso entorpecen la idea de més que un club que abandera con orgullo la entidad catalana. Hace tiempo que el Barcelona se ha olvidado de las buenas causas --con la Fundación ya se basta-- y ha tirado por el camino más corto e inmediato: el de la pela. Sólo así se pueden entender los acuerdos con empresas qataríes --en su día muy criticado por Joan Laporta cuando Sandro Rosell firmó con el país árabe el nombre Qatar Airways en la elástica del primer equipo-- para explotar los asientos Vips del nuevo Camp Nou o los viajes del presidente a Uzbekistán --donde tiene un pozo de petróleo con su nombre--, Azerbaiyán o cualquier otra república ex soviética de nombre impronunciable, o los acuerdos con empresarios moldavos en busca y captura en su país.
Este tipo de relaciones extrañas empañan la imagen que con tanto esmero logró forjar Laporta en su primer mandato, con Unicef a la cabeza. En este segundo mandato también quiso romper una lanza para los más desfavorecidos, apoyando a ACNUR (la agencia de la ONU para los refugiados), pero de una forma menos visible y sin tanto bombo y platillo. En todo caso, iniciativas como esta siguen poniendo al club que preside Laporta entre los más solidarios y generosos del planeta.
Como suele ocurrir siempre con Jan, el bien y el mal conviven en una relación eterna y modélica...