"Moro de mierda". Este es el primer regalo que Lamine Yamal recibió en Son Moix en la primera jornada de la Liga contra los mallorquines. El efecto dominó de esta manera de ser contra los azulgranas se repitió y se escuchó desde la Meseta, en el Real Madrid, hasta Catalunya, con el Espanyol.
De nada sirve ya entender las normas de juego, respetar un arbitraje que poco tiene que ver con las decisiones de cada equipo o, incluso, que el mismo FC Barcelona envíe un comunicado a posteriori preocupándose por la situación física de Raíllo por el golpe que recibió en el segundo gol de los culés.
El resumen es claro: es indignante y asqueroso el caldo de cultivo que se ha ido creando contra el Barça desde el escándalo Negreira que, dicho sea de paso, todavía no se ha sacado nada claro de todo ello ni se ha podido demostrar absolutamente nada. Incluso cuando no juegan, este club es menospreciado por otros que, históricamente, era difícil de creer que también se sumaran al linchamiento. Véase el Athletic y cómo se ha aprovechado de todo el humo mediático para retener a un Nico Williams que ya se lo pueden confitar.
Hace demasiado tiempo que, algunos, lo venimos advirtiendo: un día nos quemaremos. Lamine contesta como un auténtico diez cuando se le insulta: con un gol y haciendo callar a todos en un partido que, sin expulsiones justas, también hubieran ganado los de Barcelona.
Pero no se trata de hacer callar a las aficiones desde el campo, también desde las instituciones con penalizaciones, castigos ejemplares y que los máximos representantes del fútbol español hagan un llamamiento para frenar esta miseria humana. Que el Barcelona se deba acostumbrar a ser recibido desde su autobús con insultos y amenazas es una señal irrefutable de que este país y esta Liga están en la UCI.