Dicen por ahí que quién tarda demasiado, ya no llega. Escribí la semana pasada en Culemanía un artículo que llevaba el título de “Penalti contra Ter Stegen”. En el mismo hablaba que un club señor, como presume el Barça, tendría que gozar de una mano izquierda para que problemas como el que se presentó con el portero alemán no acabarán salpicando la imagen de la entidad y de un capitán que lleva muchos años en el club y goza de la simpatía y aceptación de la mayoría de los socios. Era injusta la directiva con el jugador.

Sabíamos que la única mano izquierda y el hombre que concede abrazos por doquier es el propio presidente, pero al que también muchas veces lo pierde su chulería porque no hay nadie más valiente que él, según dicen y aplauden sus amigos y nos lo ha demostrado personalmente.

Y Joan Laporta acudió a aquella frase de que para luego es tarde. Y después del largo comunicado que hizo público Ter Stegen, dirigido a los culés, en el que explicaba que estaba abierto a colaborar con la dirección del club para resolver la situación y facilitar la autorización que requería la directiva, el presidente se puso en marcha. Fue a la casa del jugador y allí abrazó la reconciliación, como hacen los amantes que olvidan las amenazas, las traiciones o lo que sea los haya puesto al borde de la separación. Todo por el amor, dirán los más románticos. Volvieron a abrazarse. Los dos se quieren y aman lo mejor para el club. El Barça que dirige Laporta no podía permitirse la separación a las bravas de otro de esos futbolistas que ha llevado en su brazo la bandera catalana como capitán del vestuario.

Laporta podía haber aplicado mucho antes su lado amistoso y el que enamora a muchos de sus seguidores. Podía haber evitado el enfrentamiento público y la amenaza antes. Él siempre ha ido por el mundo como amigo de los jugadores. No le habría costado nada ir unos días antes a casa del jugador o tomarse unas “bier” con el alemán, y explicar lo que el club necesitaba de él. Seguro que el show habría sido diferente.