Joan Laporta es un tipo con suerte. De esos que cuenta el refranero popular que nacen con estrella, que tienen duende o, como mínimo, un ángel de la guarda, que les hace caminar por la vida con un aura diferente al resto. Solo así se puede entender su gestión al frente del club en su segundo mandato, donde ha convertido el filo del abismo en un paisaje más del ecosistema blaugrana.
Desde que se proclamara presidente, allá en marzo del 2021, buena parte de sus decisiones se han visto afectadas por el factor suerte. No habían pasado ni 24 horas de su proclamación, cuando en un despacho de abogados de la zona céntrica de Barcelona se cantaba el himno del club, a garganta abierta, al filo de las tres de la madrugada ¿El motivo? Habían conseguido in extremis los avales necesarios para poder dirigir el club.
Y a partir de aquí, lo que parecía que iba a ser una mera anomalía, se convirtió en casi un leit motiv de su mandato. Laporta parecía enganchado a la adrenalina que supone vivir al límite, con la espada de Damócles a punto de caer en cualquier momento, pero saliendo airoso de todos y cada uno de los retos que se le ponían en frente.
Casos como la inscripción de Dani Olmo y Pau Víctor el último día de mercado, gracias a la oportuna lesión de Andreas Christensen, y el posterior golpe de mano del CSD en enero, con butifarra incluida de Laporta, demostraban que estamos ante un auténtico tahúr, un funambulista del riesgo, un adicto a la dopamina.
Y cuando parece que se le va a caer el castillo de naipes, la Diosa Fortuna aparece a sus espaldas para darle un golpe de mano. Solo así se puede entender que el equipo acabara jugando el último clásico en Montjuïc, cuando en el Ajuntament ya le habían advertido que era imposible celebrar el partido en la fecha prevista, porque esos días el estadio estaba ocupado por los Rolling Stones, que habían pactado tres conciertos consecutivos en la ciudad condal. Pues bien, un mes antes, el grupo británico anunció que anulaba la gira europea por problemas logísticos. Otra vez, el ángel de la guarda, y por qué no decirlo, todos los santos, se le aparecieron en fila a Laporta.
Ahora, una vez más, el presidente ha vuelto a lanzar otro órdago. De esos de calado, que tienen a toda la parroquia en vilo. Y es que al dirigente blaugrana no se le ha ocurrido otra cosa que anunciar el partido del Gamper del próximo 10 de agosto como el del regreso de la afición al Camp Nou, sin tener los permisos del Ajuntament, Bombers ni Mossos d'Esquadra, dejando una vez más todo en manos del azar. De hecho, desde el consistorio, fueron los primeros en salir a la palestra, para dejar bien claro que el club no iba a tener un trato prioritario, que un mes era muy poco tiempo para dar el visto bueno, y aún más teniendo en cuenta que para conseguir uno de los permisos había que completar las obras de la primera y la segunda gradería.
Pero, ni todas estas advertencias y simulacros de reproches, han sido suficientes para que el aficionado culé esté ya preparando el regreso al nuevo Camp Nou el 10 de agosto, consciente que una vez más Laporta se saldrá con la suya, aunque sea teniendo que firmar el técnico del Ajuntament el permiso el día 9 de agosto a las 23.45h. Y es que con Laporta al lado, “Dios no juega a los dados”...