Joan Laporta está contra las cuerdas. Sin varitas mágicas ni soluciones de emergencia. Tan acorralado se siente, que ya ni habla ante los medios de comunicación. El presidente del Barça ha impuesto la ley del silencio en el club y los aficionados están mosqueados. El lunes, en el Gamper, el equipo escuchó los primeros pitos del nuevo curso.
Más de 41.000 espectadores presenciaron el partido entre el Barça y el Mónaco. La mayoría eran turistas o aficionados ocasionales. Acabaron decepcionados con el juego del equipo, con la falta de pegada y la fragilidad defensiva. El Barça generó muy poco juego y los culés estallaron.
Un club con urgencias
Laporta sabe que se la juega con Flick. Tras despedir a Xavi Hernández, se ha quedado sin paraguas. El técnico alemán no es cruyffista. Apuesta por un fútbol mucho más directo y vertical que el anterior entrenador. No tiene ADN barcelonista.
El Barça, además, es un club con urgencias. Con muchos problemas y una deuda superior a los 1.000 millones de euros. La pasada temporada no ganó ningún título ni tuvo opciones de hacerlo. Fue muy inferior al Real Madrid, campeón de Liga, de la Supercopa de España y de la Champions. Y en la Copa del Rey, el conjunto azulgrana fue eliminado por el Athletic.
Dos fichajes cerrados
Quedan poco más de dos semanas para que se cierre el mercado de verano y el Barça solo ha fichado a Pau Víctor y Dani Olmo. Flick ha pedido un extremo para la banda izquierda, pero Laporta debe solucionar ya algunas salidas delicadas, como las de Clement Lenglet, Mika Faye y Ansu Fati. También necesita una venta sonada y el jugador sacrificado podría ser Raphinha.
El Barça de Flick suscita muchas dudas. Es un equipo en construcción, con muchos jugadores en baja forma tras las vacaciones de verano. El Barça necesita tiempo y Laporta precisa de algún fichaje ilusionante. Con Dani Olmo no le basta. Su credibilidad está en juego y ya solo quedan dos años para las próximas elecciones.