No se puede bajar la guardia. Hay directivos que están más pendientes de pasárselo bien a costa del Barça que de hacer el trabajo que les han encomendado. Es cierto que los directivos no cobran y se entiende que se puedan permitir ciertas licencias debido a su elevado grado de responsabilidad, pero en algunos casos, como es el de Xavi Puig, se pasan de la raya y debilitan la imagen del club.
El directivo responsable del Barça Femenino está perdiendo el control de la única sección que verdaderamente ilusiona al culé a día de hoy. La gente está aburrida del Barça de Xavi, muy decepcionada con el Barça de basket de Roger Grimau --que junto al directivo Josep Cubells también está al borde de la tarjeta roja después de la tremenda escabechina del verano pasado-- y no se puede conformar con un Barça de balonmano que ha capeado bien el temporal tras los polémicos despidos de Xavi Pascual y David Barrufet, cuyas heridas todavía supuran.
El Barça Femenino es el oasis en el que se exilia un barcelonismo en crisis de identidad, encomendado al pasotismo tras un cuestionable traslado a Montjuïc. Las chicas mantienen la motivación que la recesión económica amenaza con desmantelar del todo. La fuga del técnico, Jonathan Giráldez, tras los pasos del director deportivo, Markel Zubizarreta, y las tensiones que rodean la renovación de Alexia Putellas hacen pensar que también estos éxitos se pueden desmoronar. Estados Unidos está apretando, casi presionando, a las estrellas del Barça y el club, que cerró hace dos años el acuerdo con Spotify gracias al tirón del femenino, está desorientado.
Xavi Puig no parece capacitado para seguir la estela de directivos como fueron Jordi Mestre, Maria Teixidor o, en menor medida, Xavi Vilajoana, responsables de la profesionalización de la sección. Puig llama más la atención por algunas salidas de tono en la gira americana del club y por las farras que se pega a costa de otros directivos, como el más adinerado Àngel Riudalbàs. Todavía resuena la bronca que le pegó Laporta durante la celebración de Plaça Sant Jaume, donde acaparó el título de Champions restando protagonismo a las jugadoras.
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