Hansi Flick y Lamine Yamal en el entrenamiento del Barça previo al partido contra el Betis EFE
De la época del Johan Cruyff futbolista a la de Messi, pasando por las de Maradona, Laudrup, Ronaldinho o Iniesta, los mejores Barças que en la historia han sido comparten un rasgo común: basaron gran parte de su éxito en hacer que su crack más determinante transitara uno de los carriles interiores del 4-3-3 y sus variantes. Por eso, aunque se descartaran muy rápido por su excesiva precocidad, de vez en cuando se han oído cantos de sirena entre el barcelonismo mediático que aventuraban la segunda venida de Lamine Yamal, esta desde el extremo derecho a una nueva posición más centrada y omnímoda. Es decir, al comienzo de un sendero parecido al que el mismísimo Leo, diez de dieces, alegría del fútbol y de nuevo campeón este fin de semana, recorrió gracias a Pep Guardiola.
Desde luego, la evolución táctica del Barça de Hansi Flick, donde Lamine no solo es el atacante con mayor capacidad de desborde sino un futbolista clave a la hora de acelerar una salida pulcra del balón, no apuntaba a un cambio en su mapa de calor. Las características del propio '10', regateador fulgurante en el uno contra uno, contra dos y hasta contra tres, tampoco. Pero llegó la visita al Betis del sábado y, en una variante atrevida, el técnico alemán decidió afrontar el solapamiento de algunos de sus interiores de baja con otros recién recuperados para romper la baraja: Roony Bardghji arrancaría de extremo y Lamine Yamal, en el carril del ocho. Y, de pronto, una jornada de Liga de principios de diciembre en el estadio de La Cartuja se convirtió por sorpresa en un partido para la historia.
Fue extraordinariamente brillante la actuación de Roony. El sueco firmó un pase al primer toque hacia Koundé, una asistencia a Ferran y un golazo en jugada personal, se dice pronto, que permitieron al Barça resolver el partido en la primera parte. Pero la irrupción de Lamine en el intervalo entre Marc Roca y Altimira tuvo una profundidad casi insondable. Fue un tratado de filosofía. Flick se convirtió en Kant, el balón en la razón pura, y cada desborde del último gran intelectual educado en La Masía conectó de forma sublime la sustancia con la libertad. Su capacidad para generar fútbol desde esa nueva posición, que en realidad no fue una sola sino muchas a la vez, representó el último y divino postulado kantiano: la garantía de que el bien triunfará sobre el mal a largo plazo, y de que habrá una justicia última en el universo.
Como si fuera una reencarnación de todos los inolvidables futbolistas a los que mencioné al principio de esta columna, el Dalai Lamine se aventuró hacia el centro del campo para llevar luz a las tinieblas, aceleración a las partículas y desespero al corazón de los rivales. El protector ha despertado. La eternidad le aguarda. Ole deine Eier, Hansi.
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