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Tiene usted razón, astuto lector: me ha quedado un poco chusco el homenaje a Ray Charles en el titular de esta columna. Pero estoy seguro de que si fuera una petro-potencia, Georgia también despilfarraría parte de su PIB en comprar un papel artificialmente destacado dentro del negocio del deporte Mundial. Como el antiguo estado soviético vive sobre todo del turismo y los cítricos, es dudoso que acabe ocupando nuestras mentes futboleras. Es decir, más allá de que, cual Jasón en busca del Vellocino de Oro, Laporta la visite al menos una vez al año pidiendo perras. Y no crea que exagero. Usted no lo recordará, pero en 2008 al bueno de Jan le propusieron ser cónsul honorario del país. Si le cuento quién ha sido el último personaje en ocupar ese cargo, no me creería, así que voy a dejar que lo googlee usted mismo.
La cruda realidad es que ya todos y cada uno de los eneros del fútbol actual nos toca dirigir la mente y la mirada hacia Arabia Saudí, tanto por el mercado de fichajes como por esa Supercopa de España que urdieron entre Gerard 'For The Fans' Piqué y Luis 'Piquito de Oro' Rubiales, dos especímenes de buscavidas de muy distinta extracción social pero con ambiciones clara-mente similares. Eso sí, les advierto que el vistazo será rápido y con las gafas de lejos, no vaya a ser que leamos la letra pequeña esa tan incómoda de los derechos humanos. Durará el tiempo justo para dirimir el reparto del botín en una final four extemporánea, con Clásico casi asegurado. Y también, con suerte, para recaudar algún milloncejo en el mercado invernal de fichajes. La libre homosexualidad o la igualdad de las mujeres serán cosas muy naturales, pero colocar a un par de jugadores más caros que buenos lo más lejos posible es de un interés prioritario para clubes como el Barça. Ese crédito de Goldman Sachs (quienes por cierto abrieron una sede en Riad antes del verano) para reconstruir el Camp Nou no se va a pagar él solo.
Yo no le voy a engañar: a excepción de Pedri y Lamine Yamal, les vendería al Al Nassr o al Al Ittihad a quien ellos buenamente quisieran, desde Cubarsí a Lewandowski, pasando por De Jong y Casadó, haciendo valer la máxima estoica del cómico canario Ignatius Farray: "Lo que susede, conviene". Y no ya por el dinero en sí, que también, sino porque el paso de los meses y las temporadas deja una impresión que permanece indeleble en el retrato del Barça de la nueva era Laporta: aquí sigue sobrando mucha gente. De los que estaban, de los que llegaron hace tiempo e incluso de los que acaban de llegar. Pero claro, no siempre se da uno el lujo de elegir a los jugadores de los que se desprende con balance contable a favor. De hecho, casi nunca se puede. Si lo ponen encima de la mesa, tomar el dinero y correr es una estrategia válida y de hecho inherente al actual proyecto azulgrana, y no me leerá usted protestar. El problema es gastarlo luego en Vitor Roque, claro.
En cuanto al torneillo supercopero, antes veraniego y ahora directamente desértico, cabe decir que hasta el momento esa maldita mentira que es la estadística lo resume así: el que lo gana, levanta después el título de Liga el 100% de las veces. Luego ya puede Hansi Flick prepararlo en condiciones, porque no cabe duda de que estamos ante un casi mágico punto de inflexión en el tradicional equilibrio de fuerzas entre Real Madrid y Barça a nivel doméstico. De momento, los blancos se han llevado allí tres trofeos y los azulgranas solamente uno. Tampoco extraña, pues existe una mayor afinidad histórica de los capitalinos con el reino afortunado. Condensada, claro está, en el cariñoso apelativo por el que es archiconocido el estadio Santiago Bernabéu, aquí y en el extranjero: la cueva de Alí Babá.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana