Balones al cielo
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Ocurrió en el minuto 70 de partido el pasado sábado, cuando la culerada aún creía que su equipo iba a sumar una victoria en Mestalla. Un desastroso centro tobillero de Fran Pérez subió al cielo de Valencia antes de precipitarse sobre el área azulgrana, y durante esos segundos tenebrosos que la gravedad tardó en conducirlo de vuelta al verde, el abismo devolvió la mirada a los jugadores del Barça. Fue ese balón artero el que los sacó de todo automatismo y los hizo desviar su atención hacia la pesadez de sus piernas, el miedo creciendo detrás de sus ojos y lo endeble de su convicción.
Mientras la pelota bajaba, el síndrome del impostor se hizo carne y acampó entre ellos. Para cuando rebotó por primera vez contra el suelo, el desastre ya se olisqueaba. Lo que sucedió después lo vimos todos: cuatro tíos tiesos como pasmarotes, otros dos o tres corriendo en la dirección equivocada, Raphinha lanzando la pierna una y otra vez con más pundonor que oportunidad real de conjurar el peligro, y Hugo Guillamón, mientras tanto, acomodándose un espacio desde el cual limpiar el óxido la escuadra de Iñaki Peña.
Fue un magnífico disparo, el gol llegó fruto de un error puntual, y el Barça mereció un mejor resultado final. Todo eso, al contrario que en los partidos contra el Girona o el Amberes, fue cierto. Pero en el equipo de Xavi hay dos problemas tan recurrentes como incomprensibles esta temporada. El primero es que, justo al revés de lo que reza el credo cruyffista, el buen juego no está conduciendo a los buenos resultados. El segundo, que a este Barcelona solo puede pasarle una cosa peor que recibir un gol tempranero: marcar el primero.
De ahí que su técnico afronte las ruedas de prensa, y también su gestión del vestuario, con cada vez menos autoridad. Su discurso ha perdido poso y ya hace tiempo que suena falaz, oportunista incluso. Se notan sus dificultades para manejar la frustración, y episodios como el de la 'reconvocatoria' de Amberes apuntan a que la directiva ve desajustes entre la percepción de Xavi y la realidad del club. La altivez del egarense ante las críticas de la prensa solo amplifica las sospechas sobre su capacidad real para conducir al Barça a la grandeza.
Mientras sus jugadores se desconectan los unos de los otros en el campo, Xavi habla cada vez menos de esos "detalles que deciden partidos", muy consciente de que su equipo, justo en cuestión de detalles, es una auténtica calamidad. Eso sí, exige que los periodistas le feliciten por la clasificación a octavos de la Champions, como si el ridículo inopinado ante el Amberes y las cuatro eliminaciones europeas anteriores hubieran sido cosa de otro.
Igual que en su época de centrocampista excelso, Hernández siempre anda pensando en cómo puede colgar el balón en diagonal, con la esperanza de cogernos la espalda o, al menos, de que las miradas se dirijan hacia el cielo y se alejen de lo que sucede a ras de césped. De momento, el resultado es el mismo que con aquel esférico que bajó de las nubes valencianas en ese trágico minuto 70: desconcierto general, inoperancia manifiesta y una ristra de puntos que se van por el sumidero.
P. D.: Nos vemos en X: @juanblaugrana