Un tropo muy utilizado en el cine de aventuras es el mapa del tesoro posavasos. Durante la mayor parte de la película los protagonistas dan un montón de rodeos, se enfrentan a una miríada de obstáculos y navegan por delirantes peripecias en pos de un objetivo que, tal y como se descubre en el último acto, estaba todo el rato bajo sus narices. El Barça tiene mucha facilidad para enredarse en este particular arco narrativo, con el añadido de que muy a menudo el árbitro pita el 'The End' y la afición se encamina escaleras mecánicas abajo sin que los jugadores de Xavi hayan sido capaces de dar la vuelta a la piedra en cuyo reverso luce burlona la gran 'X' roja que marca el lugar donde yace enterrado el oro proverbial.
Ayer, por ejemplo, en los instantes posteriores al tanto de Lewandowski, el argumento del partido parecía encarrilarse hacia un hallazgo clave: las partes del cuerpo más cercanas que Éric García había visto de Robert y Ronald Araújo en el córner eran sus caderas, y el Barcelona disponía en la diestra de un extraordinario centrador a pierna cambiada como Raphinha y de un Koundé más que decente en la suerte del balón cruzado. Y sin embargo, el siguiente envío de este pelo que alcanzó al ariete polaco no llegó hasta el minuto 93', a centro de Lamine. Lewa estaba solo para rematar, claro, con Éric observando su espalda como un eclipse. Y aun así, el '9' del Barça remató fuera de forma incomprensible.
Porque, aunque florida y canchera, la evidente falta de astucia de los de Xavi no es la explicación más convincente al estrepitoso batacazo azulgrana de ayer, sino la disparidad de consistencia entre este Girona y el Barça actual. El primero es una roca, un equipo que se ve a menudo por detrás en el marcador y aun así acaba ganando 3-1 o 4-2 con una engañosa facilidad. Los de Míchel han logrado escribir un estajanovista manual de resistencia con el conmovedor lirismo de un cuento infantil. Se cierran y salen, sufren y cantan, vuelan y pican. Tienen la pegada etérea pero a la vez demoledora de los más grandes sobre el cuadrilátero. El Barcelona, sin embargo, lleva toda la temporada siendo un suflé que de vez en cuando alcanza cierta altura (31 remates a puerta fabricó ayer) pero inevitablemente se viene abajo por culpa de su escasísima eficacia y sus lábiles errores en defensa.
Por supuesto, todo empieza y termina para el Barça en el centro del campo. Y ahí resulta difícil comprender cómo los notables despliegues de Gündogan y Pedri, la guerrilla de Cancelo y los fogonazos de un voluntarioso pero aún renqueante Frenkie no sirven para generar más que medias ocasiones, un dominio intermitente y ventajas raquíticas en el marcador. Por no hablar de que son el hilo conductor de una endeblez sonrojante en los repliegues. Con una sola velocidad en su repertorio, los de Xavi fueron zarandeados ayer y es probable que lo sigan siendo en el futuro. Porque, como escribió el inmortal Stefan Zweig, "la medida más segura de toda fuerza es la resistencia que vence". Y a este Barcelona le resisten con éxito casi todos los rivales. Especialmente, cuando lo hacen correr hacia atrás.
P. D.: Nos vemos en X: @juanblaugrana