Los jugadores del Barça saltan al campo antes de medirse al Alavés en Montjuïc

Los jugadores del Barça saltan al campo antes de medirse al Alavés en Montjuïc EFE

Juanito Blaugrana, un Culé en La Castellana

La hora del entrenador

13 noviembre, 2023 09:46

Se ve que por culpa de la innecesaria crueldad de la Prensa, que los pone nerviosos y les genera ansiedad, los jugadores del Barça escenificaron ayer en Montjuïc una primera parte a caballo entre lo dantesco y lo patibulario. El sainete se inició nada más pitar el árbitro el saque de centro, con un balón inenarrablemente rifado por Iñigo hacia una patética avanzadilla de azulgranas por banda derecha que resultó en un lógico rechace, un ingenuo control de Gündogan y una contra del Alavés para que Samuel Omorodion, George Weah redivivo, estampara el 0-1 en los morros del barcelonismo. Todo culpa de la palmaria falta de aduladores hacia las exquisiteces del fútbol blaugrana, claro está.

Si quien les escribe tuviera tantas ganas de agradar a Xavi como el 80% (tirando por lo bajo) de la cuadrilla periodística culé quizá me plantearía cambiar la pluma por el pompón de cheerleader, pero me temo que lo del Barça es mucho porro para que nos lo arreglen los porristas. Porque eso que les acabo de narrar fue solo el primer minuto de otra primera mitad grosera. Sucedido en su miseria por 44 más de un mejunje estrafalario y fangoso, donde el juego de posición pareció más bien de deposición. Como si los bravidos futbolistas azulgranas se hubieran leído mi última columna en esta casa, pero solamente el titular: Balones a Lamine, el ataque más repetido del Barça en esos viles tres cuartos de hora fue que su lateral derecho centrara desde la posición de interior izquierdo al segundo palo para que Yamal buscara el remate de cabeza. No, no era esa la idea, muchachos. Más aún, es que pretender una remontada de esa guisa resulta, francamente, un disparate.

En la reanudación, el Barcelona recuperó la entereza. Sobre todo gracias a los cariñitos de su técnico y a que el Alavés no supo aprovechar la media hora de Samuel bailando sobre la tumba de Koundé mientras Araújo miraba impotente desde la lejanía y Xavi se esmeraba en la caligrafía de la notita para corregir su planteamiento inicial. Tras repetirse ante el espejo uno de esos mantras de autoayuda que se cobran demasiado caros para lo que solucionan ("Paco, tú vales mucho"), salió, movió la bola con un poco más de garbo, invistió (o más bien amnistió) a Lewandowski con un doblete y posicionalmente, concluyó su ínclito técnico en sala de prensa con un 2-1 en la mano que no se creía ni él, "no estuvo mal". 

Menos mal que, según el propio Xavi, las 16:15 de ayer eran "la hora del entrenador", ese momento en que la decisiva intervención del egarense y su staff debía revivir a un ejército de las tinieblas que venía de ser vilipendiado por la Real y el Shakhtar. Porque si llega a ser "la hora del cocinero", nada más salir del estadio nos vamos todos de cabeza al McDonalds. Tristemente, de la pizarra y los walkie talkies de los Hernández muy poco se saca en claro. Y aunque es improbable que Laporta opte por un volantazo que en la situación actual tendría mucho de disruptivo y poco de constructivo, el crédito del actual proyecto empieza a sufrir demasiado con el paso de los partidos y la subida de los tipos de interés.

Xavi recordaba ayer, para sustentar su perorata victimista, que en el pasado a él mismo le acusaron de ser "el cáncer" del Barcelona. Evidente desbarre, similar al del pelado aquel que se atrevió a llamarlo "la gran mentira" en sus inicios como jugador. Pero si hablamos de curas en lugar de enfermedades, desde luego la idea de que el remedio de Xavi tiene más de homeopático que otra cosa, de momento, no puede descartarse en virtud de criterio científico alguno.

P. D.: Nos vemos en X: @juanblaugrana