Bien está lo que bien acaba, pero no son asunto baladí, astuto lector, las cifras goleadoras del Barça campeón de Liga y Supercopa. De hecho, merecen un lugar en la primera fila de ocupaciones post-rúa para el renacido Mateu Alemany, para Deco, para el president Laporta, para su ínclito cuñado y, por encima de todos, para Xavi Hernández. La temporada se puede dar por ventilada, y la realidad es que la comparsa atacante del flaco Lewandowski, autor material de 21 goles ligueros y 31 en todas las competiciones hasta ahora, ha demostrado un alarmante raquitismo que precisa de una intervención decisiva y transversal. Sobre todo porque ni el tipo de esquema con que quiere jugar el Barça ni las competiciones a las que aspirará desde este mismo agosto son país para la pólvora mojada.

El remiendo táctico a la falta de gol, quiza su más brillante aportación como técnico azulgrana, ya lo pergeñó Xavi cuando se dio cuenta de que el fútbol de transición estaba muy bien pero no tanto si Ferran se empeñaba en disparar a puerta con un taco de billar sin tiza, Ansu menguaba bajo el peso de la 10 y a Raphinha se le cortocircuitaba el GPS en la banda izquierda para dejar sitio por la derecha a un Dembélé que meterá miedo a los laterales contrarios, como se ha hartado de repetir el entrenador del Barça para calmar nuestra exasperación con el muchacho, pero lo que es a los porteros no asusta ni al del Alevín B. Tras ser zarandeando no pocas veces en su intento de poner a estos cuatro a mover marcadores, Xavi decidió prescindir de un extremo para colocar a Gavi en la que, para mi gusto, es su mejor posición. Después llegó una lesión de Ousmane que, también para mi gusto, fue la más oportuna de todas las que ha tenido... y el resto, aunque un poco a trancas y barrancas, ya es historia del fútbol.

Es cierto que, hasta el advenimiento del once tipo que Xavi negó más veces que San Pedro a Jesucristo, el Barcelona agradeció que el mejor '9' polaco de todos los tiempos -con permiso de Lato y Klose- tuviera recursos para sacarse goles del flequillo como aquel que se inventó contra el Mallorca, por ejemplo. Pero la fantasía de reeditar una tripleta atacante con capacidad para superar no digo ya los 100, sino los 60 o 70 goles duró lo que duran dos peces de hielo en los múltiples whiskeys que necesitaron ayer los madridistas para poder dormir. Irónicamente, la paliza al Espanyol en Cornellá puso el estrambote a un poema de Liga cuya cadencia solo sostuvo el binario ripio del 1-0: es más fácil que marquen los dos laterales de este Barça en un mismo partido que ver mojar a su trío de delanteros.

Ahora que se habla mucho de Gündogan y de Neves y de Messi, yo quisiera hablar del suplente de Lewa, que ahora mismo es básicamente nadie, y de cómo piensa la dirección técnica compensar que Dembélé marque 10 goles en toda la temporada, dos de ellos al Segunda B que toque en primera ronda de la Copa, y Raphinha otros 10. Porque parece que Ansu y Ferran buscarán nuevos retos, pero no queda claro quién demonios se encargará en Barcelona de que entre la pelotita. Desde luego, como se fíe de nuevo el segundo escalón de los registros anotadores a Raphinha, De Jong, Gavi y Pedri, con el añadido quizá de Carrasco y el jovencísimo Vitor Roque, más alguna aparición estelar del aún más jovencísimo Lamine, el Barça va a tener problemas serios. Sobre todo porque el retorno de Leo, de producirse, es capaz de sublimar el juego de ataque pero solo hasta un punto. Podemos pedirle la luna, pero también lo hizo el jeque del PSG y no le salió muy allá. Y lo que es peor: ¿qué pasa si Messi, al final, solo vuelve para su partido homenaje? 

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