Mientras Leo Messi se cita con Dembélé, Koundé, Griezmann y la historia en ese país del que usted me habla, la inmensa mayoría de culés y exbarcelonistas que en el Mundial han sido recogen los bártulos de vuelta a sus clubes. Uno que no solo empaquetó la ropa sudada y los souvenires del zoco sino también una generosa dosis de amargura fue Raphael Dias Belloli, Raphinha, el extremo derecho prácticamente titular del Brasil hexacampeão que pudo haber sido y no fue. No solamente padeció la estrepitosa caída de la Canarinha en cuartos ante Croacia, sino que vivió suplencias, sustituciones y una convivencia complicada con el habilidoso Antony en la pizarra de Tite. Algo parecido a lo que le ocurre con Dembélé en el Barça, donde a día de hoy parte aún más en desventaja.
Desde que salió del Leeds United en busca del dorado, la carrera de Rapha se ha contrahecho. Sin duda tiene percha y relumbrón de estrella, pero todos los trajes acaban quedándole rabicortos y su estado de ánimo adolece de la misma intermitencia que su juego. Una cosa que la plantilla del Barça de Xavi todavía no ha logrado es la cohesión emocional. El míster de Terrassa reitera que el vestuario es una familia, pero no solo se trata de llevarse bien sino de que esa conexión con los compañeros te impulse a competir mejor. Y eso es muy complicado cuando hay veteranos que se retiran a media temporada, otros que usan su fortuito papel principal en la selección para reivindicarse, jóvenes sin tiempo para aprender porque lo que se les exige es ganar, todocampistas acostumbrados a gobernar equipos que se dedican a devolver paredes y recién llegados que encuentran vías para ganar a puro talento pero que o bien no repiten la misma jugada dos veces o bien la repiten todo el rato, pese a quien pese.
En el camino entre Raphinha y la titularidad habita el más extraño de todos: un jugador tan desequilibrante como exasperante, pero no por ello maltratado por el destino sino todo lo contrario. Incluso en la máxima exigencia de la Copa del Mundo, Ousmane Dembélé ha vivido tranquilísimo. No solo es indiscutible como volante diestro, sino que tiene una gran ventaja en Francia con respecto al Barcelona: no es su primera opción en ataque, ni siquiera la segunda. No se le exige limpiar a un defensa tras otro, sino las prestaciones mucho más modestas de un buen jugador de complemento para dar amplitud y recorrido a un modelo en el que mandan los interiores y Mbappé. Quien -no sufra usted, astuto lector- después del Mundial continuará cedido por el Real Madrid en el PSG. Así que el bueno de Dembo, con el protagonismo justo, puede salir campeón del mundo OTRA VEZ, con lo que le está costando a Messi esto, ¿eh? E incluso ser MVP de la finalísima a poco que le vengan de cara un par de unos contra uno, algún centro y un contraataque. Chupao.
No en el otro extremo sino en el mismo, para su desgracia, a Raphinha se le está poniendo cara de Frank Grimes, aquel empleado de la central nuclear de Springfield que había logrado poco más de lo mínimo con el máximo esfuerzo y no podía creer cómo su compañero Homer Simpson caía siempre de cabeza en las mieles del éxito pese a ser un botarate. Sin entrar en más comparativas, conviene recordar que Raphinha costó 75 millonazos, que atesora una llamativa mezcla de calidad y nervio, quizá tanto como para convertirse en la máxima estrella del Brasil que viene, y que donde mejor juega es por la derecha a pierna cambiada. Con todo eso en mente, una de dos: o es titular 15 partidos seguidos o se reza por una oferta del Chelsea. Porque deprimir a futbolistas brasileños hasta que prefieran los fados a la samba no es algo que un club como el Barcelona deba convertir en su seña de identidad. Aparte de que sale carísimo, por supuesto.
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