'Mutatis mutandis' es una locución latina que significa 'cambiando lo que debe ser cambiado' y se utiliza al comparar una cosa con otra. Viene a significar lo mismo que 'salvando las distancias', pero se puede aducir que la primera no señala la diferencia sino la semejanza: ambos sucesos u objetos comparados son tan similares que solamente los separan un mínimo de cambios, de mutaciones que han tenido lugar en uno y no en el otro. El Barça que derrotó ayer por 1-8 al Slavia en Champions con Ter Stegen (6) como máximo goleador es una versión aproximada, mutatis mutandis, del catastrófico equipo que se descalabró de la ascensión en las dos últimas Copas de Europa cuando tenía mucho a favor para coronar la cima.
El liderato en Liga y la victoria in extremis que encarrila el grupo F son la irónica guinda al despropósito que ha sido el tercer Barça de Valverde esta semana. Las sensaciones prometedoras al inicio de sus dos partidos se enmohecieron casi al instante. No es extraño que los líderes del vestuario se fueran ayer a la cama cabreadísimos. Que más de cinco remates a puerta del Slavia los haga un delantero solo en el punto de penalti o que el Barcelona reciba no menos de una docena de disparos desde la frontal tras rechace de la defensa en solo dos partidos son errores gruesos, impropios de un equipo de élite. Pero es que hubo muchos más.
Los tres goles de la MGS contra el Eibar y el ridículo del Madrid en Mallorca engatusaron al barcelonismo con la idea de un nuevo tridente ofensivo y una condición de líder que aún tienen más de espejismo que de realidad. Mientras tanto, sobre el césped, el fútbol sigue juzgando al Barça severamente. Todo son entradas a destiempo, pases imprecisos, anarquía táctica y francotiroteo. Sus tres centrocampistas titulares desaguan el Titanic con tres cubos de playa de la Patrulla Canina. Sus laterales bailan constantemente al son de los volantes rivales. Sus centrales y su portero destacan sobre el resto por su pericia para evitar una catástrofe tras otra.
Al menos los culés ya no empiezan los partidos perdiendo, pero da igual, porque enseguida los entregan al rival. Con un Barça convertido en un tronco flotando en el río, los cinco minutos de descuento del partido de ayer en Praga resultaron especialmente dantescos. La supersónica velocidad de Dembélé durante esos momentos fue la mejor metáfora de un equipo que intenta parecer espectacular pero es zafio a más no poder. A ese ritmo absurdamente frenético y sincopado, las transiciones se vuelven imprecisas, y no marcar significa conceder una oportunidad más al rival, que ayer subió a su portero a rematar un córner no una sino dos veces. Es decir; cuando dieron el partido por perdido, su rival aún les concedió una vida extra más.
Arturo Vidal, que desde el trono de sus cero Copas de Europa conquistadas en 12 temporadas en el Viejo Continente se atrevía el otro día a señalar el físico como receta del éxito en la competición que nunca ha ganado, es el jugador referente de otra mutación fallida. El Barça podría correr todavía más, pero de nada sirve si, como el propio Vidal, corre sin sentido, persiguiendo sombras, enredándose en controles imposibles y con la mayoría de sus futbolistas fuera de sitio. Los equipos que más cuidan la preparación física, como el Atlético de Madrid o el Liverpool, jamás ignoran la disciplina táctica. Más bien todo lo contrario. En estos casos se dice siempre que lo más fácil es señalar al entrenador. Pero es que en este caso en particular también es lo más evidente. Mutatis mutandis: hay que cambiar lo que debe ser cambiado. Tardar más es invocar al fracaso.
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