Marcus Rashford, objetivo del Barça, en un entrenamiento del Manchester United MANUNITED
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Lo recuerdo bien, porque sucedió hace poco. El Barça de Xavi se precipitó desde la fase de grupos de la Champions a la Europa League para caer en brazos del Manchester United. Un duelo que en otros tiempos era final de la Copa de Europa supuso, a la postre, el final del camino continental para un Barcelona 2022-23 que más tarde fue campeón de Liga pero antes sufrió el varapalo de otro febrero implacable. Los azulgranas empataron en la ida, jugada todavía en el Camp Nou, y sucumbieron en la vuelta en Old Trafford tras remontada mancunian. Y fue en ese primer partido en el que, viendo la estela de fuego y azufre que dejaba por la banda un diablo llamado Marcus Rashford, pensé, alicaído: "Es imposible que el Barça fiche ya a un jugador así".
Dos años y medio después, puedo decir felizmente que me equivocaba. Rashford fue engullido por la vorágine de un Damned United demasiado rico y famoso para su propio bien, acabó cedido en el Aston Villa y este verano se las ha apañado para convertirse en refuerzo inopinado del vertiginoso Barça de Hansi Flick. Una historia improbable que comenzó con la última oportunidad perdida por Ansu Fati, siguió con la negativa de Nico Williams a dar el siguiente paso lógico en su ya malograda carrera como futbolista, y culmina tras la insistencia del Liverpool por poner a Luis Díaz un precio fuera de mercado para casi cualquier equipo fuera de la desbocada Premier League.
No extraña que Hansi haya dado su visto bueno a incorporar al delantero inglés al inicio de la pretemporada. No solo era importante que el Barça se reforzara bien, también que lo hiciera rápido, tratando de maximizar esa ausencia del Mundialito que, a priori, será su gran ventaja sobre Real Madrid y Atlético en cuanto a preparación, gestión de cargas y evolución del equipo. La historia dice que no pocos títulos se empiezan a ganar entre septiembre y noviembre. Pero además es que el perfil de Rashford encaja como un guante en las necesidades de un Barcelona que ya tiene en su línea de ataque a un '9' tan implacable como decadente, a un talento generacional que no puede ni debe jugarlo todo y a un estruendoso brasileño cuyo fútbol empezó en pandereta y ahora es la batucada más grande del carnaval, pero nadie sabe por cuánto tiempo.
Marcus será, como poco, un suplente sólido porque es uno de esos futbolistas que da vida al mármol como si estuviera esculpido por Miguel Ángel. Y ni mucho menos se le ha olvidado jugar. Póngase un par de partidos del Villa y comprobara que el remate, el desborde por ambos perfiles y la altísima precisión a balón parado siguen ahí, como un sarpullido incurable. Si alguien piensa que el United lo deja marchar porque es peor jugador que Matheus Cunha o Bryan Mbeumo es que no imagina las boludeces de las que es capaz un gran club que lleva demasiado tiempo desayunando, comiendo y cenando mediocridad.
De hecho, si algo debe ponerse en la columna de aciertos de Laporta fue detectar muy pronto que el Barça necesitaba prolongar lo menos posible su amargura, y que la terrible situación económica del club no podía ser excusa para resignarse a perder la alegría de ser culé. Palanca por aquí, inscripción al límite por allá, la obra del Camp Nou, aunque gestionada de aquella manera, ya está en su recta final, y el antiguo niño bonito del ManU, autor de 30 goles en la 22-23 con Cristiano no haciendo más que molestarle en el área, jugará en el reestreno del coliseo azulgrana para un Barça campeón de Liga, Copa y Supercopa, azote del Maligno y globalmente considerado como el equipo más divertido del fútbol actual. Quién sabe si el encuentro de ambas trayectorias no nos hará a todos los culés, como -más o menos- cantaban Mr. Big, "addicted to that Rash".
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana