Del 8-2 contra el Bayern al 1-4 del PSG. En seis meses, el Barça ha sido zarandeado de mala manera en Europa. Con Quique Setién y con Ronald Koeman. Con Bartomeu y con Tusquets. Las dos veces, con Messi. Medio año después de la derrota más vergonzosa en la Champions, el Barça es una ruina. Sin presidente y con un equipo roto, la que debía ser una temporada de transición apunta a un ejercicio horrible. A un segundo año sin títulos.
La derrota contra el PSC es tremendamente dolorosa. Por su contundencia y por la impotencia para frenar a Mbappé, la nueva estrella del fútbol mundial que, para mayor desgracia culé, flirtea con el Real Madrid. El delantero francés, versátil y letal a partes iguales, destrozó el entramado defensivo de un Barça con pies de barro. Derrotado de antemano.
El PSG no era un rival cualquiera para el Barça. Era un rival herido, rabioso, desde que encajó el gol de Sergi Roberto en el Camp Nou. Pero, sobre todo, es el club de Catar, el equipo que le birló Neymar y resistió las embestidas barcelonistas por Verratti, Thiago Silva y Marquinhos. Futbolística y anímicamente, el PSG devoró al Barça en el Camp Nou de principio a fin.
El Barça ya no puede disimular su crisis. El club está hecho unos zorros. Sin rumbo y con una deuda descomunal, no se vislumbra una solución a corto o medio plazo. No ilusionan los candidatos a la presidencia, con discursos vacíos o anclados en el pasado, y con una plantilla que necesita nuevos recortes. El futuro pinta mal.
Koeman no lo tendrá fácil en los próximos meses. Él no es el problema, pero las malas caras y los reproches se multiplicarán con cada derrota. Se sabía que la Champions era una misión imposible, pero encajar cuatro goles en el Camp Nou es un castigo excesivo. Apenas compitió el Barça. Tampoco está el equipo para luchar por la Liga y la Copa precisa un milagro que cuesta imaginarse. En 2021, el Barça se parece mucho al Barça de 2003. El regreso al peor pasado es terrible. Demasiado cruel.