Hansi Flick emula a Laporta: doble ‘botifarra’ tras ser expulsado por Gil Manzano antes del clásico EFE
Hansi Flick es, o solía ser, una persona cabal. En un club de locos como el Barça, él aporta calma y sentido común. Es un técnico tan cercano como exigente que detesta las excusas y, sobre todo, la falta de puntualidad.
Joan Laporta, el impulsivo presidente del Barça, está encantado con él. Es, o era, el contrapunto perfecto: trabajador, honesto y ambicioso. Ocurre, sin embargo, que Flick se parece cada día más a su jefe, impetuoso y vehemente como pocos.
Flick asume que el Barça vive tiempos complicados por su precaria economía y el maldito Fair Play Financiero, pero hay cosas que le sacan de quicio. No entiende que fuera el último en enterarse de la marcha de Iñigo Martínez o de los cambios de opinión de última hora con la gira asiática. Y alucina con el ruido mediático que rodea el club.
Hace un año, Flick decía que no le preocupaba el famoso entorno. Hoy lo sufre. Le molestan las filtraciones, sobre todo las del vestuario. El viernes, en rueda de prensa, expresó su malestar cuando le preguntaron por un presunto retraso de Lamine Yamal.
El Barça, una vez más, está en manos del equipo y Flick es el máximo responsable de una plantilla con mucho talento y algunos egos. El Barcelona gana más que pierde, pero no seduce. Su fútbol es cada vez más previsible. Las lesiones son una pesadilla. Palidece con las pubalgias de Lamine y está preocupado por las bajas de Raphinha, Lewandowski y Joan García, entre otros futbolistas.
Perfeccionista como pocos, el Barça que quiere Flick dista mucho del actual. Cada día está más nervioso. El sábado fue expulsado por protestar contra el Girona y, un minuto después, se volvió loco con el gol de la victoria de Araujo. Sus cortes de manga retrataron el sufrimiento de un técnico arrastrado por el carácter volcánico de un club que hoy celebrará la asamblea de socios compromisarios, cada vez menos transparente.