Ousmane Dembelé ha ganado el Balón de Oro. También Aitana Bonmatí, igual o más importante y, gracias a ella, el fútbol catalán y el azulgrana siguen estando en la primera línea mundial.
Pero si nos fijamos en el primero, el mosquito ha conseguido lo inimaginable cuando fichó por el Barça y ya un joven Marc Bartra, que lo conocía del Dortmund, nos alertaba de que era una persona inestable. Pero Luis Enrique ha logrado lo imposible y, gracias a los logros colectivos de los parisinos, Dembelé se ha hecho con un Balón de Oro que, a falta de una gran competencia o una gran Champions League, le ha permitido ganarlo todo.
Siempre es importante estar en el momento exacto y oportuno de la historia. La suerte le ha acompañado. Sin un Real Madrid o un Manchester City al 100%, la competición europea fue un bálsamo para un PSG en estado de gloria. Mención aparte se merece el cómo recogió el galardón: acompañado de su madre, mientras su esposa estaba en casa haciendo publicaciones en forma de stories por Instagram, desde un absoluto anonimato físico que guarda siguiendo una tradición extremista del Islam. Me consta que en Francia están impactados tras ver cómo la madre de Dembelé lucía orgullosa en la gala, alejada de estas tradiciones. Mientras, su esposa se convierte en un referente de un sector social de estos países donde la opresión hacia la mujer en forma de pañuelo es una constante inexplicable, denunciable y abominable.
Pero no esperamos grandes proezas de Dembelé ni de su pareja que, entre sus declaraciones, sus acciones y su imagen de Peter Pan que seguirá jugando a la Play cuando tenga 50 años, acreditan que poco se puede esperar de él. Felicidades y hasta la próxima.
En el otro lado de la moneda está Lamine Yamal. Días y días con un séquito de estilistas y diseñadores, publicando fotografías de su hermano vestido de traje como una estrella y, al final, un jarrón de agua fría en su cabeza. La cara que se le quedó cuando no pronunciaron su nombre ayer era todo un poema. Es una buena lección de vida y aprendizaje para un joven Lamine que resta lesionado por haber apretado al máximo su estado físico, contradiciendo el entorno de expertos que hace más de un año le recomiendan reposo y otros métodos disciplinarios.
Lamine no ha ganado nada lo suficientemente válido para alzar el Balón de Oro, ni todavía ha sido decisivo para marcar grandes títulos. Está en el lado correcto de la historia por su talento, pero también se puede torcer si sigue pensando más en el traje italiano que vestirá que en la pelota que debe conducir con los dos pies.