Los hechos han demostrado una vez más que en La Masia, la mejor organización de formación y promoción de futbolistas del mundo, no existe una asignatura que es imprescindible aprender y aprobar para ir por el mundo de la alta competición con garantías de éxito y sin la sensación de que te han tomado el pelo.
Dicha asignatura podría llevar la denominación de “Cerrar los partidos”. Y podría añadirse “sin importar cómo”. La inocencia e inexperiencia en esa materia del Barça, no solo de Hansi Flick, sino también de todos los que le han precedido en los últimos años, han sido la causa de numerosos desastres, entre los que podríamos añadir el último, ante el Inter, en el Giuseppe Meazza.
En la residencia de Sant Joan Despí salen los alumnos con depurada técnica, con valores, con fundamentos, con espíritu de equipo, con… No es preciso añadir más cualidades, porque es obvio que las poseen todas, en mayor o menor grado. Pero tampoco hace falta ser un lince para ver y detectar que a los canteranos no se les imparte la asignatura antes referida. Y tampoco, por extensión, la imparten a la plantilla los sucesivos técnicos que desfilan por el banquillo del primer equipo.
El pasado martes, día 6, ante el Inter el equipo de Flick logró la proeza de remontar dos goles en la segunda parte y colocarse en el minuto 87 con un 2-3 que suponía la clasificación para la final de la Champions.
¿Qué hizo el equipo desde aquel momento? Seguir jugando igual que con el 2-1. O sea, defensa adelantada, espacios generosos para el rival, presión inútil por el desgaste físico, pérdidas de posición, etc. Con 2-3 a 3 minutos del final (8 con añadido), la lógica impone poner el autobús en el área propia y gastar las fuerzas en cerrar espacios y marear al rival. O sea, fútbol de trinchera, adornado con pérdidas de tiempo, calambres fingidos, lesiones simuladas, etc. Todo por la victoria. Pero no, en el Barça siempre hay facilidades para el rival por un buenismo mal concebido y peor interpretado. A veces conviene ser el malo de la película.
Aportamos un ejemplo al respecto. Es el de Gerard Martín, cuando Dumfries le propinó un pisotón en el tobillo segundos antes del 3-3. Gerard se limitó a protestar con los brazos abiertos, cuando lo que tocaba era retorcerse, pedir auxilio, salir del campo en brazos de los fisios, simular un dolor insoportable, etc.
Vamos, lo que hubiera hecho cualquier jugador del Inter y de cualquier otro equipo en su mismo caso. Un teatro bien interpretado por parte de Gerard Martín, quizás hubiera motivado la intervención del VAR y la consiguiente anulación del gol por falta previa, que era lo que en realidad debieron señalar primero el ayudante de banda y después el polaco Marciniak. Éste no pudo disimular estar debidamente aleccionado para regalar la clasificación al Inter, como demostró, entre otros muchos momentos, en la jugada del penalti de Mkhytarian a Lamine, una falta que comenzó fuera del área, pero con un último contacto dentro, que es el que cuenta.
Insistimos en que el Barça no puede ir por el mundo con un lirio en la mano, dejándose avasallar árbitros y jugadores contrarios, sin unos recursos basados en la picardía y en artilugios legales (o rozando la legalidad) para destrozar los nervios al rival y convertir los minutos finales de un partido ganado, en una sucesión de interrupciones y/o pequeños incidentes al límite de la legalidad, pero comúnmente aceptados. La gestión que el equipo de Flick hizo en los últimos minutos ante el Inter fue la crónica de un desastre anunciado.
Por poner otro ejemplo al alcance de todos, unas cuantas dosis del Getafe de Bordalás nunca están de más cuando la ocasión las pide porque no basta jugar bien y marcar goles. Así, con santa inocencia por bandera, el Barça ha tenido el dudoso honor de pasar a la historia de la Champions como el primer semifinalista que marca seis goles y no llega a la final.