Pasadas unas horas de la triste noche de Milán, sigo pensando que el Barcelona, esta temporada, ha logrado lo más importante para los próximos años: un equipo del que sentirse muy orgulloso. El club ha confeccionado una plantilla con jugadores jóvenes, honestos y trabajadores, cuyo esfuerzo es innegociable cuando llevan la azulgrana puesta.

Futbolistas, la mayoría de ellos forjados en la Masía, que han devuelto la ilusión a los culés y que sienten el escudo como nadie, pues han crecido educados para amar al club para el que juegan. La imagen de Aitana Bonmatí, símbolo del barcelonismo, infiltrándose entre los 4.000 aficionados que acompañaron al equipo en Milán es la mejor ejemplificación del mayor tesoro logrado esta temporada: el de la comunión entre la afición y el equipo. Los culés vuelven a sentirse identificados. Contra el Inter salió la cruz como podría haber salido la cara. Una eliminatoria resuelta por 7-6 es una oda al cruyffismo ("prefiero ganar 4-3 que 1-0"). Lo único que se puede objetar respecto al resultado final es la incapacidad del Barça de dormir el encuentro tras el 2-3. Quizás le faltó oficio al equipo en el descuento, pero qué se le puede exigir a un grupo que acabó los 90 minutos con una media de edad de menos de 23 años (19, si eliminamos de la ecuación a Szczesny y Lewandowski). El Inter forzó la prórroga con once hombres de 30 años de media.

No hay nada que reprocharle al Barça ni a sus futbolistas, pese a que la ira de la eliminación se ha centrado en futbolistas como Ronald Araujo, que ha tenido que cerrar sus comentarios en Instagram por los insultos, reproches y amenazas de unos cuantos indocumentados digitales. También se convirtió en la diana de los haters Gerard Martín, un futbolista que lleva una temporada en la élite y que en su primera semifinal de Champions repartió dos asistencias. O Frenkie de Jong, que haga lo que haga es el punching ball de un sector concreto del barcelonismo. Alguno se quedó con un palmo de narices cuando escuchó a Simone Inzaghi, finalista en dos de las últimas tres Champions, ponerle al mismo nivel que Lamine Yamal. El Barça sacó una versión esplendorosa contra uno de los mejores equipos de Europa y actuó como lo ha hecho durante todo el curso. Murió de pie y mandó un mensaje al mundo: hemos vuelto para quedarnos.

La Champions es caprichosa y el arbitraje (casero) de Marciniak pudo desesperar a los futbolistas del Barcelona. Pero creo que es honesto decir que todas las jugadas decisivas se pitaron correctamente, por lo que la eliminación tampoco creo que se pueda atribuir "básicamente" al arbitraje, como dijo ayer el presidente Joan Laporta.

Lo único que le queda al Barça es continuar creciendo a este ritmo vertiginoso de la mano de Hansi Flick, seguir apostando por la Masía como corazón y centro neurálgico del club y crecer alrededor de Lamine Yamal, el Balón de Oro del futuro, para que pueda cumplir su promesa y traer la linda y deseada de vuelta a Barcelona. No es momento para reproches, sino para estar con los futbolistas y animarles en una nueva final, esta vez en Montjuïc, contra el Real Madrid.