Dudo que los jugadores del Barça cuando llegaron a sus casas se miraran al espejo y se sintieran orgullosos de quedar eliminados de la final de la Champions. Solo dos minutos de cerrojo habrían bastado para el éxito.
Dice un proverbio bíblico que el orgullo es el presagio del fracaso. ¿Y se podría considerar fracaso la derrota del Barça ante el Inter, el no haber podido con los italianos en ninguno de los dos partidos de esta semifinal, el permitir que en ambos el rival marcara primero? Puede que sí.
Ya sabemos que la dichosa palabrita casi le cuesta la salida del club a De Jong cuando criticó veladamente al presidente que sugirió que se sintieran orgullosos de perder la Supercopa de hace dos años con el Madrid. Un equipo que cuenta con la última mejor generación de futbolistas de La Masía, que ha sido y es considerado el mejor del mundo, el que juega mejor, el que marca más goles, el gran favorito a ganar este título, no puede sentirse orgulloso de una derrota dolorosa cuando solo estuvo a dos minutos de celebrar la victoria.
Este Barça de Flick ha fallado por primera vez a su afición, que si bien no esperaba tantos besos y abrazos, tantas alegrías y victorias al principio de temporada, se había ilusionado con volver a ver a su equipo en una final de Champions después de diez años. Más aún. Saboreaba el título. Y volvía a hablar de la flor que tiene Joan Laporta allá donde acaba la espalda, como la que acreditó el periodismo de la época que también tenía el ídolo Johan Cruyff, que no creo se sintiera orgulloso de haber perdido la final del Mundial de 1974 con Alemania con aquella selección bautizada como “la naranja mecánica” y que parecía jugar bendecida por los dioses.