Es bien cierto que Lamine Yamal cumple con lo que dice. El gran espectáculo que vimos en la ida de semifinales ante el Inter de Milán tiene un nombre propio: el del joven catalán de Mataró de 17 años. Esto y que esta batalla para tener un finalista se ha convertido en un auténtico espectáculo de fútbol que eleva el nivel de la Champions a otro estado y ha convertido la gran rivalidad entre ambos equipos en una de las eliminatorias más apasionantes que se recuerdan en los últimos tiempos.
Pero vamos al lío.
Lamine Yamal es provocador cuando lo provocan y es respondón cuando le preguntan. Este no es el problema y, más aún, teniendo en cuenta que las cosas le salen bien, le siguen saliendo bien y nadie puede dudar que su calidad pertenece únicamente al elenco de unos pocos escogidos en este mundo para dominar el balón con los dos pies.
Estos últimos días se ha criticado mucho o se ha cuestionado su manera de hablar, sus bailes y su pelo amarillo. Nada de esto, absolutamente nada, reporta ningún problema. Todo lo contrario: que haga lo que le dé la gana. Aunque siempre, en un artículo como este debe haber un pero.
El pero se basa en lo que Lamine pueda hacer de puertas para a dentro: que siga unas rutinas, que los bailes se limiten a los 30 segundos de un story en Instagram y que lleve una vida sana. El bueno de Lamine tiene ejemplos en los que mirar y, precisamente, no seguir bajo ningún precepto. Sin ir más lejos, Carlos Alcaraz prometía ser una máquina, pero esto de ir a dormir a las siete de la mañana, como él mismo ha bromeado alguna vez, le ha pasado factura.
Lamine es joven y tiene el instinto que le acompaña por su edad, talento y desparpajo. Pero también se lo debe tratar como un gran profesional que cobra una ingente millonada de dinero. Y para esto, que yo sepa, no es menor de edad.