Estaba claro que el numerito que se marcó el Real Madrid antes de la final de Copa, a cuenta de las declaraciones de los responsables del arbitraje, iban destinadas a mediatizar al colegiado De Burgos y a su ayudante en el VAR, González Fuertes.
En el Real Madrid, con Florentino al frente, sabían que por fútbol el Barça sería superior y ganaría la final, como así fue, con tres goles en tres jugadas mientras que los goles del Real fueron a balón parado, como viene siendo costumbre esta temporada, a falta de mejores alternativas de estrategia y organización, en una plantilla sin director de juego ni delantero centro nato.
Frente al bloque del Barça, el Real solamente podía oponer sus individualidades, pero, sobre todo, dureza para intimidar. Para este objetivo, necesitaban mediatizar a los colegiados y a través de su televisión soltaron un libelo indecente, otro más, contra De Burgos y Fuertes cuestionando su honorabilidad, con el claro objetivo de que inclinaran la balanza a su favor, a falta de mejores armas para ganar la final. Por una vez que hablan los colegiados, los fariseos de la casa madridista se rasgaron las vestiduras.
Pero estuvieron a punto de conseguir su objetivo, ya que, a poco para el final, Rudiger derribó a Ferran dentro del área, un penalti flagrante, que no se revisó, mientras sí se revisó el de Asensio a Raphinha para anularlo. Mientras, el autor del segundo gol del Real, el violento Tchuaméni hizo una tenaza sobre Eric merecedora de tarjeta roja directa.
Las irracionales filípicas de la televisión del Real Madrid contra los árbitros son un claro síntoma de debilidad destinada a tapar las carencias del equipo que es una colección de cromos sin sentido, con puestos doblados. Tal es el caso de Vinicius y Mbappé, el de los 50 millones anuales. Este ha jugado siempre por la izquierda, con espacios para explotar su velocidad y proyectarse hacia el área. Lo mismo que Vinicius, aunque en su caso circula más cerca de la banda. Esta duplicidad obliga a Mbappé a jugar de delantero centro, una posición incómoda para un jugador que necesita espacios para lucirse.
Después de maldecir los colegiados a través de la televisión del club durante más de dos años, el Real Madrid ha perdido toda credibilidad. No tiene equipo y ha de recurrir a artimañas de baja estofa para justificarse ante su afición. Pero este discurso ya no cuela. No se puede engañar siempre, porque puede llegar un Koundé que te desmonte el montaje.
Después de fichar a Mbappé, Florentino pensaba que este año sería un paseo triunfal. Pero los revolcones han sido históricos, comenzando por el fiasco de los conciertos en el Santiago Bernabéu. El cromo repetido ha sido el otro gran error de una temporada que, a falta del partido de Liga, en Montjuïc del 11 de mayo, señala un parcial 12-4 en tres partidos contra el Barcelona, un Barça joven, que ha hecho de la necesidad virtud y ha echado mano de productos de la casa, que confían en su entrenador, Hansi Flick.
Por suerte, la prepotencia y los millones no triunfan siempre en el fútbol. El remedio es una ejemplar y cartujana cura de humildad.