Cuando la prensa merengue difunde bulos a diestro y siniestro, es de recibo explicar las cosas. Sin ir más lejos, esta Semana Santa he tenido la mala suerte de sintonizar Real Madrid televisión en una habitación de hotel donde todavía prevalece el circuito digital clásico de canales. De este modo, me he podido empapar de las barbaridades y los ataques constantes, especialmente contra el arbitraje, que este canal oficial de club se dedica a propagar con total impunidad, empezando por el propio estamento arbitral.
Pero también es de recibo no mirar únicamente a los vecinos y hacer autocrítica con el propósito de crecer, especialmente desde el lado más ético de la comunicación y del periodismo. De este modo, es evidente que la remontada en Montjuic ante el Celta de Vigo solo está al alcance de los grandes equipos, los que huelen a títulos y  se autoconvencen que pueden con todo. Pero tampoco es menos cierto que, cuando la suerte te viene de cara, todo se pone de tu lado. Y entre el grande y el fuerte, solo David gana a Goliat en las fábulas. Por todo ello, es de recibo admitir que el arbitraje fue decisivo para que el Barcelona no solo rascara un punto, sino que sumara tres más.
Claudio Giráldez, entrenador del Celta, no se casa con nadie y lejos de ser tildado de un lado u otro fue tajante: su sensación ante un arbitraje injusto en este último partido de Liga fue la misma que sintió en el partido de Copa del Rey ante el Real Madrid, incomprensión e injusticia.
Y sí, el fútbol es mágico también por esto, porque nada está sujeto a una norma fija, porque la interpretación, incluso con el VAR, sigue siendo latente. Pero es vergonzoso no admitir las cosas y perder tanta credibilidad si gana uno o pierde otro. El Barcelona de Hansi Flick tiene la suerte de los campeones y es justo admitir que, con el mismo Barça de Xavi, la cara que dan es totalmente renovada. Pero tampoco se puede seguir engañando a la audiencia.