Hemos llegado a ese lugar de la temporada donde cada momento cuenta, cada acierto y cada error genera un eco ensordecedor y, por encima de todo, cada balón disputado es el fin del mundo... hasta que cierra el curso, se reparten las copas a los ganadores y las elegías a los perdedores y todo vuelve a empezar. Pero eso no impide que los aficionados disfrutemos la crueldad de abril, el mes que nunca defrauda al fútbol.
Solo su hechizo galvanizador es capaz de propiciar que Declan Rice marque los dos golazos de falta con los cuales todos aquellos que no somos Koeman soñamos alguna vez, y Mikel Merino abroche un mazazo europeo al Madrid jugando de delantero centro. O de resguardar a un Barça indómito, capaz de vapulear al Dortmund con una delantera que ya huele a gloria, para después hacerlo caminar por el filo en Butarque, en un partido alborotado y extrañamente decidido en tres acciones defensivas: dos salvadas heroicas de Raphinha e Iñigo Martínez y un autogol del Leganés por obra y desgracia de Jorge Sáenz.
Por si fuera poca ordalía, el Madrid compareció ante el Alavés para llevarse tres puntos de Mendizorroza que lo mantienen colgado de una sola mano en casi todas las competiciones. Pero para colgado su flamante número 9, decidido a dejar en todavía peor lugar a la servil Ana Pastor con una entrada de roja y calabozo que solo un personaje tenebroso como Soto Grado podía interpretar como merecedora de una paliducha tarjeta amarilla. Uno no puede dejar de imaginar los rostros lívidos en la sala VOR, medio apartando la mirada de ese terror atrabiliario repetido una y cien veces en sus pantallas mientras le decían aquello de "César... te... te invitamos a que vengas a verla".
Al final, y pese a la sensación de que esta semana el duelo entre Barça y Madrid ha sido un tornado que nos ha desahuciado de la cordura, lo cierto es que cualquier cosa puede suceder durante las próximas semanas: que los de Flick arrasen en todas las competiciones o se desfonden en la orilla, que los de Ancelotti sobrevivan a la quema de alguna manera estrafalaria o se sumerjan definitivamente en el caos, que suceda una combinación aleatoria de todos estos desenlaces... e incluso que Raphinha gane el Balón de Oro. Todo es posible en la disputa del balón. Por supuesto, también que a Mbappé le caigan los mismos partidos o menos por ir a retirar a un compañero de profesión que los que le cayeron a Lewandowski por gesticular al árbitro que algo olía a podrido en su interpretación del reglamento. En esta columna cada día tenemos más claro que lo de Negreira, de ser algo, fue defensa propia.
Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana