Uno se puede imaginar la escena. Un despacho iluminado con luz fluorescente, con una mesa llena de portafolios y libros de derecho, un portátil abierto y en la pared un retrato del Felipe VI. Allí dentro, una persona está cavilando una decisión que para muchos no deja de ser una nimiedad, pero para los implicados es casi una cuestión de estado. Se trata de poner día -la hora ya vendrá después cuando las televisiones recojan el cable- a un partido anulado por un suceso luctuoso.
La consigna de las altas esferas es clara: se ha de jugar cuanto antes mejor para no adulterar la competición. El responsable de tomar esa decisión, tras mucho meditar y reflexionar, falla que el día idóneo es el jueves 27 de marzo. Un día normal y corriente si no fuera por una serie de pequeños detalles que el juez único de competición dejó pasar por alto, no se sabe si de manera consciente o inconsciente.
El primero, aunque a lo mejor no tan relevante, es que uno de los equipos implicados, el Osasuna, juega el viernes 28 de marzo en San Mamés ante el Athletic. Quizás al juez le parece que con menos de 24 horas hay tiempo más que suficiente para recuperarse y que los futbolistas son unos niñatos que se quejan por todo, que él tuvo que estudiar una carrera durísima, sacrificando muchas horas, y que tenía exámenes día sí y día también, por lo que con un día de descanso van más que sobrados.
El segundo, tampoco sabemos si muy relevante para el autor del fallo, es que varios jugadores del otro equipo implicado, en este caso el
FC Barcelona, tendrá jugadores regresando a Barcelona o recién aterrizados ese día. Estamos hablando de
Raphinha y Araujo, que no podrán estar disponibles en ningún caso.
El tercero, puede ser incluso el menos relevante de todos, es que las dos partes están totalmente en contra del día fijado, hasta el punto de definir la decisión como "escandalosa" y recurriendo la misma.
Ante semejante despropósito, la reacción de las instituciones no ha podido ser más tibia, lavándose prácticamente las manos. Evidentemente, la decisión final aún no está tomada: de hecho, el Barcelona aún no se da por enterado en sus medios oficiales y sigue vendiendo entradas de cara al partido contra el Girona del domingo 30 de marzo a las 16.15 horas, ninguneando totalmente el del Osasuna.
Si existiera el sentido común, lo normal es que el responsable de tomar la decisión se hubiera reunido con los dos protagonistas en busca de una fecha consensuada y no llevarla a cabo de manera unilateral y contra todo y todos. Esta forma de ejercer jurisprudencia recuerda más a épocas funestas y lóbregas de nuestra historia cuando los amigotes se reunían en un salón oscuro y lleno de humo para decidir el futuro de la gente entre espirituosos y carcajadas.