La calidad de Lamine Yamal es innegable y batalla cada pelota, aunque no tenga su mejor día o los rivales le intenten meter palos. Pero del mismo modo que esta afirmación es cierta, también lo es que el responsable de resucitar al Barcelona ante Las Palmas en el último partido de Liga del sábado pasado fue un Dani Olmo a quien, pese a que su físico no le acompaña al 100%, la calidad del jugador y su altísima profesionalidad, lo convierten en un alto valor para el club. Con el de Terrassa, los azulgranas han seguido, una jornada más, siendo líderes, sumando tres puntos y ganando un partido que la primera parte fue totalmente para borrar.
Pero volvamos al tema. Lamine no tuvo estas agallas para liderar un partido que se estaba poniendo tenso. E incluso marchó sin terminar el partido con una cara de pocos amigos, debería reflexionar un poco. También es cierto que en los últimos partidos no marca, aunque sigue maquillando resultados con sus asistencias, en total 13. Pero este no es el problema de fondo.
Más allá del campo, queda entender qué hace en los entrenamientos y qué disciplina sigue realmente. Y es aquí donde su rendimiento es muy bajo. Ya no es una cuestión de calidad, sino que el problema se centra en un estadio todavía más inicial, de cantidad: no se entrena y el club, de momento, parece que lo permite y lo intenta tapar.
Si a esto le sumamos que no está muy concentrado -fuera de un terreno de juego-, sobre los hábitos estrictamente profesionales que debe llevar, el titular sería que Lamine está más cerca de parecerse a Neymar que a Leo Messi. Y esto es un problema en el corto y medio plazo para un jugador de tan solo 17 años que debe hacer un doble esfuerzo para ponerse a tono física y técnicamente y seguir creciendo a través de sus múltiples calidades que posee. Una lástima, sinceramente. Si quiere un consejo, que mire a su compañero Ansu Fati porque de juguetes rotos el mundo está lleno. ¡Ánimo Lamine!