El portento de Gavi sorprende positivamente entre los azulgranas. El perfil del culé, demasiado a menudo relacionado con la fama de los catalanes, se relaciona a un carácter tranquilo, incluso perdedor, y con poca estima para reivindicarse. No hace falta más que ver el hielo que se palpa en Montjuïc, pero también en el Camp Nou, cuando un partido resulta aburrido, el equipo va perdiendo o, incluso, empatando. Por todo ello, tener un jugador que le pone garra es un soplo de aire fresco. Una persona que defiende, más allá del talento que tiene con los pies, sus colores de forma espiritual.

Pero todos los extremos pueden acabar resultando negativos. La actitud que tiene empieza a chirriar a muchos y hay precedentes que van más allá de cuando viste la camiseta azulgrana. La lesión que sufrió con un partido de la Roja y le llevó a perder una temporada entera se debió al caso omiso que hizo al médico de la selección. Decidió forzar y cayó como un bolo. Ante el Alavés, el traumatismo temporal que sufrió hizo que le dijeran que se fuera directo al banquillo. Pero para convencerlo necesitaron la voz acreditada del doctor Ricard Pruna, un jugador referente como Rapinha y el propio míster, Hansi Flick. Todo un despropósito.

Gavi no es capitán, pero aspira a serlo de una forma unipersonal y con grandes dosis de protagonismo extra. La implicación con el equipo no se demuestra jugando contra viento y marea. Del mismo modo que tampoco se demuestra pidiendo a Flick que  dé entrada a Pablo Torre en su lugar en el partido contra el Valencia. Gavi no decide, pero tampoco se le debe consentir.

Como todo jugador bueno, joven y con dinero, sus actitudes fuera del campo van cargadas de dosis de divismo, de caprichos absurdos y de momentos donde compite para ser el mejor. Nada extraño ni reprochable teniendo en cuenta el contexto que vive. Pero deben existir contrapesos dentro del equipo que le hagan, de vez en cuando, tocar los pies en el suelo.